“Una infancia feliz”
Aviso de contenidos:
Este texto contiene descripciones de maltrato infantil, abuso sexual, bullying, entre otros.
Quien me conoce sabe que el titulo de esta entrada en mi blog solo puede ser pura ironía. No tenía una infancia feliz. Tenía una infancia de abandono emocional, violencia arbitraria (sobre todo de pequeñe), abuso sexual, bullying … Una infancia nada feliz. Y, aunque me he trabajado muchos aspectos de mi trauma complejo resultante en los últimos años, en los últimos meses sobre todo el abuso sexual por parte de mi padre y de mi hermano mayor, siempre me he quedado con una pregunta a que no tenía respuesta: ¿cómo llega une niñe pequeñe a rechazar a su madre?
Desde que tengo recuerdos, y esto es solo a partir de los diez o once años, siempre he rechazado cualquier contacto físico por parte de mi madre, o, más bien, he rechazado a mi madre. Estoy consciente de que al menos desde mi adolescencia la odio (hasta el día de hoy), deseaba su muerte o me imaginaba su muerte. Es cierto que hubo invasiones en mi espacio intimo por parte de mi madre casi diarias, algunas, aunque no constituyeron un abuso sexual, vivía como tal, sobre todo con la historia de abuso sexual por parte de mi padre (y hermano). Pero, estos recuerdos son de más tarde.
Mi padre me escribió hace seis años que “siempre había rechazado a mi madre” y que “mis problemas empezaban cuando nació mi hermana”, es decir, cuando yo tenía 18 meses. Quizás, tomando estas informaciones juntas, se podría decir que empezaba a rechazar a mi madre a partir de los 18 meses. Y, siempre me quedé con la pregunta: ¿qué pasó para que rechazaba a mi madre?
Unas informaciones más: con el nacimiento de mi hermana mis padres me echaron de su habitación y me pusieron con mi hermano mayor. Y, deduzco de lo que me contaron mis padres hace años, con tres niñes pequeñes entre 30 meses, 18 meses y recién nacides, mi madre estaba absolutamente desbordada, que resultaba más o menos frecuentemente en violencia arbitraria, y, muy probablemente, en negligencia emocional. Un contexto nada ideal.
Hace poco encontré una descripción del “Trastorno reactivo del apego” (RAD de sus siglas en ingles), un trastorno específicamente para niñes. Según Wikipedia: “El RAD surge del fracaso para formar un apego seguro con los cuidadores primarios en la infancia temprana. Tal situación puede, a su vez, ser consecuencia de graves experiencias de negligencia, abuso y separación abrupta de los cuidadores entre las edades de seis meses y los tres años, o por la falta de respuesta, por parte del cuidador, a los esfuerzos comunicativos del infante.”
Según el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-V) de la American Psychiatric Association, en su forma inhibida el RAD es caracterizado por:
- Alteraciones en el patrón de comportamiento, «emocionalmente retraído hacia los cuidadores».
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Alteraciones sociales observadas como:
- Mínima reacción social y emocional con los demás.
- «Afecto positivo limitado».
- Episodios de irritabilidad, tristeza o miedo inexplicado.
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El niño sufrió de un «patrón extremo de cuidado insuficiente», lo que se manifiesta como:
- Negligencia. Falta persistente, por parte de los cuidadores, en cubrir las necesidades emocionales básicas.
- Es evidente antes de los cinco años de edad.
- El infante tiene una edad de desarrollo de al menos nueve meses.
Otro articulo (en ingles) habla de los siguientes síntomas:
- El bebé o el niño no se dirige a su madre o a su cuidador principal cuando está molesto.
- El bebé o el niño evita que lo toquen o lo consuelen.
- El bebé o el niño no sonríe ni responde cuando interactúa con un adulto.
- El bebé o niño no muestra ningún tipo de afecto hacia su madre o cuidador principal.
- El bebé o el niño no parece estar molesto en situaciones en las que cabría esperar que lo estuviera.
- El niño no juega con los juguetes ni participa en juegos interactivos con los demás.
- El niño tiene un comportamiento difícil y agresivo hacia otros niños o adultos.
- El niño es muy retraído y no se relaciona con otros niños o adultos.
- El niño está ansioso, temeroso o deprimido.
- El niño es incapaz de controlar su temperamento o su ira.
- El niño no se desenvuelve bien en la escuela.
A mi me suena mucho. Encaja casi perfectamente con lo que me han contado mis padres sobre mi comportamiento de niñe. Rechazaba a mi madre, no toleraba el contacto físico por su parte (y, quizás, no solamente por su parte. Una de las imágenes intrusivas que tenía era de mi de niñe, desnude, posiblemente enzima de una mesa (no en una cama), con miedo que le toquen), y “un comportamiento difícil y agresivo hacia otros niños o adultos” - las "explosiones agresivas" o de rabia que tenía.
De una manera, me tranquiliza haber encontrado esta información. Me permite explicarme el rechazo hacia mi madre desde una edad muy temprana sin que tengo que buscar otro abuso gordo (como el abuso sexual por parte de mi padre, pero esto era ya algo más tarde, con quizás siete, ocho, nueve años). Aunque, ¿abuso gordo? ¿No son la negligencia, la incapacidad de responder a las necesidades emocionales de une niñe, un abuso gordo, un maltrato infantil bastante grave?
Y luego vino también el abuso sexual por parte de mi padre (y de mi hermano mayor). No hay “mejor” víctima del abuso sexual que une niñe que rechaza a su madre. ¿A quién puede acudir para buscar apoyo? Y, el bullying con carácter sexual en el colegio. Otra vez: no hay mejor víctima que une niñe ya muy dañado por la negligencia y el abuso sexual.
Sé que nunca me sentía queride por mis padres, no me sentía viste o entendide. Rechazaba a mi madre, y después del abuso sexual ya no tengo ningunos recuerdos de la “convivencia” con mi padre (ni con mi hermano) - es como no hubiera vivido con ellos. Los primeros 22 años de mi vida son más marcados por las lagunas de recuerdos que por recuerdos, y los pocos recuerdos que tengo son en su mayoría traumáticos.
Hace unas semanas mi terapeuta me preguntó cuando y por quién por primera me sentía queride. No tuve respuesta. Y cuando pienso en esto ahora al primero me viene solo un vacío. Nada y nadie. Luego me viene – otra vez – el nombre de Angelique, una amiga cuando tenía quizás 13, 14 años, pero de la que tampoco no tengo ningunos recuerdos. Después de ella otra vez mucho vacío.
Al otro lado me pregunto si hubiera sido capaz de sentirme queride. Me hizo con unas cuantas capas de armadura para no sentir nada, para sobrevivir, y no sé si con tanta armadura hubiera sido posible sentirme queride. Probablemente me hubiera dado miedo. Miedo a perder otra vez a esta persona que me quiere.
En resumen, una infancia feliz.
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