Límites, esos malditos límites

Cuanto más se han violado nuestros límites, más difícil puede ser saber dónde están, o sentirse lo suficientemente a salvo como para articularlos. Puede que simplemente esperemos que la gente sobrepase nuestros límites, o que nos resulte muy difícil saber cuándo ha sucedido.

Meg-John Barker, All About Boundaries

Aviso de contenidos:
Este texto contiene descripciones de maltrato infantil, abuso sexual, bullying, entre otros.

Límites. Escribir sobre los límites puede ser lo más doloroso que he escrito nunca. Como escribe Meg-John Barker, "cuanto más se han violado nuestros límites, más difícil puede ser saber dónde están". O incluso tener un concepto de límites. De nuevo Meg-John Barker: "Mientras seamos incapaces de conocer y/o comunicar nuestros límites, nos estaremos tratando a nosotres mismes -y a menudo a les demás- de forma no consentida. Esto está teniendo un profundo costo físico y emocional en nuestras vidas". ¡Mierda! Y qué cierto es. Y qué doloroso es darse cuenta.

Es difícil pensar en mis límites en la infancia, ya que no tengo ningún recuerdo de los primeros diez años de mi vida, y los siguientes diez años están más marcados por las lagunas de la memoria que por los recuerdos. Una infancia feliz, como escribí hace un mes. ¿Mis límites? A nadie le importaban mis límites. Mi madre me utilizaba como su muñeca para satisfacer sus necesidades emocionales, y también estuvo al borde del abuso sexual (y de esto sí tengo recuerdos), mi padre y, en menor medida, mi hermano mayor, abusaron sexualmente de mí quizá alrededor de los siete o nueve años. Pero no hay recuerdos. Había imágenes intrusivas que me atormentaban, hasta que, hace unos meses, finalmente acepté el abuso sexual como un hecho de mi vida y pude iniciar el proceso de sanación, un proceso que todavía está en marcha.

Pero no se trata sólo de mi familia. Ha habido acoso al menos bordeando, si no incluyendo el acoso sexual en la escuela primaria (de nuevo, sin recuerdos, sólo los dibujos de mi niño interior), y ha habido acoso homófobo en mi adolescencia, mis "amigos" me tocaban el culo y me llamaban "chico bi". A nadie le importaban mis límites. Mi cuerpo estaba ahí para que les demás hicieran lo que quisieran.

Pero ese no fue el único problema. También hubo negligencia emocional, como escribí en Una infancia feliz, y el resultado de todo esto fue un trauma complejo. Y, como escribe Pete Walker, "la negligencia emocional traumática se produce cuando une niñe no tiene un solo padre o cuidadore al que pueda recurrir en momentos de necesidad o peligro, y cuando no tiene a nadie durante un período prolongado que sea una fuente relativamente constante de consuelo y protección. Crecer desatendidos emocionalmente es como estar a punto de morir de sed fuera de la fuente vallada de la bondad y el interés de los padres. La negligencia emocional hace que les niñes se sientan inútiles, no queribles y terriblemente vacíes, con un hambre que roe profundamente el centro de su ser, dejándoles hambrientos de calor y consuelo humanos". Y a esto hay que añadir las cuestiones de mi identidad de género en la infancia, que sólo recientemente se me han hecho más claras.

Qué buena manera de empezar la vida adulta.

LoveUncommon escribe: “Reconocer las señales de tu cuerpo que te indican que estás teniendo una emoción es crucial para determinar tus deseos y necesidades. Estas señales te indican cuándo estás a salvo o en peligro, cuándo quieres algo y cuándo realmente no. Sin estar conectades a nuestros deseos y límites internos es imposible consentir nada.

Por aquel entonces, era completamente incapaz de reconocer cualquier señal de mi cuerpo, cualquier emoción. Estaba emocionalmente entumecide.

Cuando salí de "casa" (en realidad no puedo llamarla "casa", me parecía más bien una prisión), no tenía ningún concepto de los límites. Pero, por otro lado, para protegerme no dejaba que nadie se acercara. Mirando ahora hacia atrás, en aquella época de la edad adulta temprana, cuando huía de la casa de mis padres para estudiar, funcionaba más bien como un robot o un zombi, sin saber lo que sentía, disociade de mis emociones y desconectade de mi cuerpo.

Tardé un tiempo en permitir un contacto físico muy limitado. Abrazarse era muy común en la escena ambiental alternativa en la que me movía, y estos abrazos se sentían muy incómodos. Tardé mucho tiempo en no sentirme incómode, y aún más en disfrutarlos. Pero eso era todo. No era capaz de imaginarme más intimidad física con nadie. Pero no sólo eso. Tampoco era capaz de hablar de mis propios sentimientos, de lo que realmente estaba pasando dentro de mí. Ni yo misme lo sabía, al ser incapaz de reconocer "las señales en [mi] cuerpo que te dicen que estás teniendo una emoción". Mi respuesta protectora era no dejar que nadie se acercara, ni física ni emocionalmente. Cero intimidad de ningún tipo. Y eso tampoco era especialmente saludable.

Unos años más tarde tuve una relación afectiva-sexual con otra persona (su género no importa aquí), pero entré en esta relación sin ningún concepto de límites (mis propios límites o los de les demás), y con muchas necesidades insatisfechas de intimidad física. Como resultado, no reconocí los límites de la otra persona, o incluso sobrepasé los límites que estaban expresamente marcados. Esto incluía tocamientos sexuales que a menudo eran claramente no consentidos. Al mismo tiempo, seguía estando muy desconectade de mí misme, comprendiendo mal lo que estaba pasando realmente, lo que estaba haciendo, e incapaz de reconocer "las señales en [mi] cuerpo que te dicen que estás teniendo una emoción". Ansiaba la intimidad física (que, por aquel entonces, sólo podía imaginar como sexo, aunque el sexo tampoco funcionaba muy bien, ya que era incapaz de desconectar mi cabeza controladora durante el sexo), pero seguía siendo incapaz de conectar conmigo misme y con lo que me pasaba, y mucho menos de hablar de ello.

Cómo escribe Meg-John Barker, “Tenemos que reconocer que probablemente nos han enseñado a tratarnos a nosotres mismes -y a les demás- de forma poco consensuada. Es posible que necesitemos apoyo emocional para enfrentarnos a las dolorosas implicaciones de ello: Los lugares en los que somos supervivientes y los lugares en los que nosotres mismes nos hemos comportado de forma no consentida.

Eso es muy doloroso, y todavía estoy luchando con sentimientos de culpa y vergüenza por haber dañado a otra persona, una persona a la que amaba.

Después de esa relación, que duró quizá un año, vinieron de nuevo muchos años en los que me cerré bastante a la intimidad física, por no hablar de abrirme a mi mundo interior.

De nuevo años después, y tras un cambio de país (me mudé de Alemania al Reino Unido), entré en otra relación sexual-afectiva, esta vez una relación más estable y duradera (estuvimos juntes ocho años, de los cuales vivimos juntes seis). Aunque creo que esta relación, al menos al principio, era mucho más sana que la anterior, esto no significa que fuera capaz de conectar conmigo misme, de reconocer "las señales de [mi] cuerpo". Teníamos mucho sexo, y quizá ambos ansiábamos la intimidad física, al menos durante algún tiempo, pero creo que seguía siendo bastante incapaz de intimar de otra manera.

Hace diez meses, y al comienzo de este período más largo de TEPT complejo agudo, escribí sobre esta relación:

Hasta poco mi interpretación ha sido que en un momento de la relación empezaba a conectar con mi trauma complejo, y a partir de entonces todo se volvió difícil. Aunque el trauma complejo tiene un papel importante en esta historia, ahora me estoy dando cuenta del trauma propio de esta relación.

El primer recuerdo (o, más bien, fragmento de recuerdo) que me vino es que una vez (¿una vez?) cuando mi pareja me penetraba solo pensaba en “¿cuando va a terminar?”. Lo sé, muches de nosotres hemos pasado por esto, pero era algo del que me había completamente olvidado. ¿Por qué me vino este recuerdo en estos días?

Unos días más tarde, empezaba a recordarme que ciertas practicas sexuales que siempre había disfrutado empezaron a darme asco en un momento. No sé cuando. Pero seguía a practicarlas, disimulando mi asco. Hasta – hasta que no pude más. Hasta que mi dolor era tanto, que empezaba a negarme a tener sexo, pero incapaz de explicarlo.

Algo había pasado que tenia que ver con mis limites, o, más bien, con mi incapacidad de al primero identificar a mis limites. Entonces, mi pareja estaba sobrepasando mis limites en muchos ocasiones, sin que me daba cuenta. Solo, no darse cuenta no significa que no hay dolor. Solo no te das cuenta en el momento, y el dolor se queda almacenado en tu cuerpo.

Después de eso, volví a cerrarme por completo, para protegerme. Cuando esa relación terminó, entré en una espiral descendente durante años, probablemente no visible para nadie desde el exterior, pero por dentro estaba en un lugar muy oscuro.

Me costó años y otro cambio de país (me mudé del Reino Unido a España) para finalmente derrumbarme y tener que enfrentarme a mi trauma, lo que ocurrió hace unos seis años.

LoveUncommon escribe: “Como persona superviviente de la violencia de pareja, tardé muchos años en aprender a reconocer mis emociones. Me enfrenté a mi trauma disociándome de mis emociones porque creía que eso me mantendría a salvo. Con el tiempo, me di cuenta de que era más probable que mis emociones me ayudaran a mantenerme fuera de peligro que a ponerme en peligro, pero para entonces estaban profundamente enterradas. Tuve que volver a aprender cómo se sentían las emociones, cómo etiquetarlas y dónde las sentía en mi cuerpo. Como parte de eso, tuve que aprender lo que significaba para mí el "sí" y el "no". ¡Fue sorprendentemente difícil!

Qué cierto me parece eso. Durante décadas intenté no sentir para mantenerme a salvo. Sólo cuando finalmente me derrumbé hace seis años, me di cuenta de que la única manera de avanzar era afrontar mi trauma, empezar a conectar lentamente con mis emociones y abrirme a otras formas de intimidad, es decir, hablar realmente con amistades de lo que me pasaba y de mi interior.

Durante años eso fue más importante para mí que abrirme a la intimidad física. Fue difícil, y como escribe LoveUncommon, mis emociones "para entonces... estaban profundamente enterradas". Todavía estoy aprendiendo -no puedo decir que vuelva a aprender- cómo se sienten las emociones, cómo etiquetarlas y dónde las siento en mi cuerpo.

Hace unos días, me encontré con una activista que conozco del centro social local, pero con la que no tengo una relación especial, y se paró y me dio un abrazo. Una práctica establecida, aunque nunca la haya consentido activamente. El habitual saludo "alternativo", se puede decir. Sin embargo, ahora tengo claro que en realidad no quiero que me abrace. Pero no hice nada cuando nos encontramos, no dije que no, no intenté evadir su abrazo. Y mi cuerpo reaccionó inmediatamente tensándose. Sabía que eso era un claro "no" de mi cuerpo. También me provocó una severa respuesta de TEPT, y el tema de los límites, el abuso sexual y la necesidad de afirmar la autonomía sobre mi propio cuerpo.

Ahora, por fin me siento capaz de abrirme también a la intimidad física, después de identificarme como asexual. Es decir, sí a la intimidad física, pero no a lo que se suele llamar sexo (sé que aquí no hay un límite claro). Y eso es probablemente lo que ha hecho surgir de nuevo el tema de los límites, y con fuerza. Meg-John Barker escribe: “Las personas con experiencias de ASI [abuso sexual infantil] pueden encontrar los límites en torno a las relaciones sexuales con otras personas especialmente difíciles, dado que fueron violados a una edad tan vulnerable. Tener experiencias adultas que sean muy cuidadosas y consensuadas puede hacer mucho para cambiar nuestros cuerpos y cerebros de manera que seamos más capaces de tener y mantener nuestros límites.

Sugiero que todo el mundo entre en cualquier encuentro o relación sexual consciente de que la otra persona probablemente tenga algunas experiencias no consentidas en su pasado. La conversación sobre los límites es esencial para tenerla con cualquier persona con la que tengas relaciones sexuales (o cualquier otro tipo de relación, digamos).“ Y sí, no creo que sólo se aplique al sexo, ciertamente se aplica a otras formas de intimidad física, especialmente cuando los límites son borrosos.

Hace unas noches me imaginé teniendo intimidad física con otra persona. Pero en algún momento me puse en posición fetal y empecé a llorar, y no sólo en mi imaginación. Estaba claro que había chocado con uno de mis límites, y en ese caso tenía que ver con que la otra persona se acercaba a tocar mis genitales. Este es un límite del que soy muy consciente. Pero siento que abrirme a la intimidad física en cierto grado significa lanzarme a un campo de minas sin un mapa que las localice. Soy consciente de que mi cuerpo arrastra muchos traumas, y no sé qué toque puede dar con la mina. Y eso me produce mucho miedo.

Al mismo tiempo, siento que abrirse a la intimidad física es una parte importante del proceso de sanación. Y para mí se trata claramente de intimidad, y no de sexo. Sólo espero que no me dañen demasiadas minas que exploten en el proceso.

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