Una infancia y adolescencia trans* que no fue (¿o sí?)

He empezado a leer el libro de Noemí Parra, Historias de afectos. Acompañar la adolescencia trans*. Ya a leer el prologo de Lucas Platero tuve que llorar. Hace un mes, cuando fui a la presentación del libro en La Carbonería en Sevilla, también me removí mucho cuando Noemí Parra habló de las adolescencias trans, y une amigue que estuvo a mi lado me apoyó a estabilizarme en este momento. Ahora, leyendo el libro, otra vez casi cada de las historias de les personas trans* me remueve mucho.

Dibujo de mi niñe interior cuestionandose su identidad de género
Dibujo de mi niñe interior

Y me pregunto: ¿qué hubiera pasado en mi infancia, en mi adolescencia, si hubiera sido capaz de sentirme, de entender que me estaba pasando algo? Probablemente nada bueno. Nunca me sentía viste o queride por mis padres, y, además, hablamos de hace 45 o 50 años. No tenia modelos o referencias, el internet no existía, y dudo mucho que tenía alguna idea que existía algo como ser trans*, mucho menos una identidad fuera del binarismo hombre-mujer.

Y luego, en la adolescencia, llegó el bullying homofobico por parte de mis “amigos”, burlándose de mi expresión de género poco masculina, llamándome “bi-boy”, tocándome el culo, etc. Ni quiero imaginarme que hubiera pasado si hubiera intentando una expresión de género no masculina, nobinaria, o femenina? ¿Si me hubiera pintado las uñas y si me hubiera puesto un vestido? Tampoco quiero imaginarme la reacción de mis padres.

En este sentido, me identifico mucho con la historia de Kurt, un joven trans-masculino, en el libro de Noemí Parra, que habla del rechazo por parte de sus padres que llegó a convertirse en maltrato. El maltrato mío ya vivía en forma de un abandono emocional, de las permanentes intrusiones en mi espacio intimo por parte de mi madre, y también había vivido abuso sexual. Necesitaba toda mi energía para sobrevivir. Necesitaba disociarme y no sentirme casi permanentemente para sobrevivir. Sabía o sentía que no encajaba en la masculinidad, pero no sabía nada más. No entendía nada más. Y no tenía energía para explorar, solo tenía energía para sobrevivir.

Dibujo de mi niñe interior en vestido, pantalones al lado, con tijeras.
Dibujo de mi niñe interior

Hay cosas que me vienen ahora – como el “recuerdo” de Angelique – que me hacen replantearme mi historia de género. También mi conexión con mi niñe interior, este niñe a le que gusta su vestido, y que rechaza los pantalones, me hace replantearme esta historia. Pero, ¿hubiera sido posible otra historia? ¿Hubiera sido posible vivir otra identidad de género en mi infancia o adolescencia sin exponerme a todavía más peligro, más daño, más bullying? Lo dudo mucho.

Pero, lo trans*, la identidad nobinaria, de una manera siempre estaba, aunque ocultada, escondida. Sin volverme esencialista, había esta incomodidad con el ser niño, con la masculinidad, esta sensación que esto no era yo. No sabía que era tampoco. Y tardé décadas en entenderme mejor, en salir del armario como persona nobinaria, genderqueer (palabras y conceptos que ni existieron hace 45 o 50 años).

Todavía estoy descubriendo mi propia historia queer, mi propia historia de mi identidad de género. Es un proceso bonito y al mismo tiempo muchas veces doloroso. Existe este niñe, y luego este adolescente interior perdide, que no sabe que le esta pasando, que tiene miedo a expresarse, que se esconde de si misme.

Ahora, como adulte, mientras puedo reescribir mi historia de género, no puedo rehacerlo. Lo que he vivido he vivido, y esto ha sido una adolescencia e infancia trans* sin afecto, sin nadie que me entendía, sin entender ni a mi misme. Pero esto es el pasado. En mi presente me siento bien arropade por mis amistades, tanto cis como queer o trans*, me siento entendido y queride. Como dice Hil Malatino en el libro Cuidados trans, muches de nosotres no tenemos familia, porque nos rechazaron o tuvimos que escapar para sobrevivir. Pero nos construimos nuestras propias redes afectivas (algunes las llaman familia, a mi no me sale dar a esta palabra un sentido positivo), redes de cuidado, que nos permiten no solo sobrevivir, sino vivir.