Me introduzco: Soy el yo queer de Andrea de entre 25 y 35 años
17 de septiembre de 2000: "Es curioso lo que se puede hacer con un PC. Es tan fácil cambiar de sexo (género), y ni siquiera me veo mal como mujer. (...) Un cambio de género es algo interesante, y quizá debería intentarlo una vez en la realidad (de todas formas tengo este deseo de vestirme con ropa de mujer, y quizá al menos una vez debería ceder a eso)".
Esto es lo que Andrea escribió en su diario el 17 de septiembre de 2000. Le hice escribir esto. No hay nada más. Esto fue mi intento de llegar a la consciencia de Andrea – desafortunadamente sin éxito.
Yo soy el yo queer de Andrea y tengo entre 25 y 35 años. Todavía no tengo nombre, por esto: soy el yo queer. En estos años – y posiblemente ya antes – intentaba muchas veces romper la armadura de Andrea para que se hubiera dado cuenta de mi existencia. Quizás este dibujo por enzima de una foto suya, y la entrada en el diario que la acompaña, era mi intento más agresivo, pero había más intentos. Pero, al menos, este día Andrea escribía sobre intentar cambiar de género, ceder al deseo de vestirse con ropa de mujer. Pero luego nada más. Sus miedos cerraban rápidamente la grieta que había conseguido abrir.
Andrea había empezado a definirse como gay, aunque con mucha distancia a las diversas masculinidades gay. Le hice escribir en un artículo sobre anarquismo y homosexualidad en la revista Graswurzelrevolution en verano de 1997, bien escondido en una nota de pie: “Es significativo, por cierto, que el "travestismo" esté menos aceptado para los hombres que para las mujeres. Mientras que apenas quedan prendas que las mujeres no puedan llevar pero que estén claramente reservadas a los hombres, es decir, la ropa típica masculina está desapareciendo, un hombre vestido de mujer sigue considerándose una curiosidad o un travesti. ¿Quizás un indicio de que, a pesar del movimiento feminista, los hombres siguen representando la norma, a la que las mujeres pueden acercarse pero no viceversa? ¿Quizás un indicio de que ya se ha producido una pluralización de los posibles roles de las mujeres (sin que por ello haya desaparecido el patriarcado), pero que la pluralización de los roles de los hombres está aún muy lejos?”
Pero nada. Andrea no quiso verme, no quiso darse cuenta. No hay nada más en su diario antes o después de la entrada del 17 de septiembre. No hay ninguna reflexión sobre mí, sobre su identidad de género, más allá de una crítica a todas las masculinidades y al binarismo de género. Pero de la teoría a la auto-reflexión quedaba un camino largo.
Y yo hice lo que pudo hacer. Intentaba romper su armadura cuando pasamos por un puesto de ropa interior principalmente de mujeres, haciéndole imaginarse ponerse unas bragitas tanga… Durante un tiempo le hice dejar los vaqueros y usar leggings. Luego le hice comprarse unas medias, pero solo se las ponía cuando nadie podía darse cuenta. ¿Qué más pudiera haber hecho para que se hubiera dado cuenta de mi existencia?
El último fin de semana por fin se dio cuenta de que yo existo – o existía. No sé qué hacer con esto. Me estuve escondiendo, como había hecho casi todo el tiempo, pero la verdad es que deseé que me descubriera. Y lo hizo. Me vio. Por primera vez.
Andrea tuvo miedo a acercarse a mí, a darme un abrazo. Lloró. Y lloró mucho. Yo no sé llorar, pero la verdad es que también tuve ganas de acercarme a elle y abrazarle. Ganas y miedo a la vez. Al final lo hicimos el domingo. Nos abrazamos, con Andrea llorando. Yo me quedé en silencio. No sé qué hacer con Andrea llorando.
Ahora veo a Andrea viviendo abiertamente como queer, o genderqueer o como persona no-binaria. ¿Por qué no antes? ¿Por qué no podía verme a mí hace ya 25 años? Y ni estoy hablando de públicamente salir del armario, estoy hablando de darse cuenta de mi existencia, de su yo queer, de su identidad de género. Hemos perdido muchos años, años de vida con la máscara masculina puesta, aunque con mucha incomodidad y mucha crítica a la masculinidad. Pero Andrea no dejaba llamarse hombre (gay o queer) a si misme, hasta mucho más tarde. Yo me quedaba escondide, invisible.
A mí me duelen estos años de vivir escondide, y sé que Andrea también le duele esta vida queer no vivida. Yo ni soy capaz de llorar, de hacer mi duelo de estos años perdidos, de esta vida no vivida. Todavía me quedo en silencio cuando Andrea me abraza, cuando me habla. No lloro. No puedo llorar. Pero debería hacer mi duelo, como Andrea intenta hacer el suyo.
Sé que Andrea me quiere. Sé que hay otros yoes suyos – la Alex, la Rigby, la Zora – que viven su género de otra manera, más queer. Sé que Andrea lo hace. Me debería hacer feliz. Pero todavía me siento incapaz de la tristeza e incapaz de sentirme feliz. Incapaz de sentirme. Me he escondido a mi misme, y me he escondido de mis emociones. Por esto me quedo en silencio cuando Andrea me abraza. ¿Cuando será capaz de llorar? ¿Cuando será capaz de sentirme feliz por la vida queer que Andrea vive ahora?
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