El horror de las mascarillas II

Desde hoy es obligatoria la mascarilla ‘casi siempre’. Es decir, cuando paseas por el campo sole, en un bar, una terraza o un restaurante mientras no estas comiendo o bebiendo, y no sé que otras situaciones que no me puedo imaginar. El orden de la Consejería de Salud y Familias dice:

1. Las personas de seis años en adelante están obligadas al uso de la mascarilla en la vía pública, en los espacios al aire libre y en cualquier espacio cerrado de uso público o que se encuentre abierto al público, aunque pueda garantizarse la distancia interpersonal de seguridad de 1,5 metros.

Y esto para “hacer frente a la extensión y proliferación del coronavirus COVID-19 en brotes localizados”. Es decir, ¿en todo el territorio andaluz deberíamos llevar la mascarilla siempre por unos casos localizados? Me parece estúpido y sin sentido, y me vuelve mi trauma.

No puedo ni quiero cumplir con esta orden. Hace dos meses, cuando por primera vez hicieron la mascarilla obligatoria en ciertos contextos, escribí:

Con la mascarilla la crisis sanitaria llega a mi cuerpo, es decir, la crisis (y el Estado) me imponen algo que tiene que ver con mi cuerpo. Un cuerpo no respetado con sus limites en mi infancia y adolescencia, es decir, durante los primeros 20 años de mi vida. Un cuerpo, que ha sufrido repetidas invasiones en su espacio intimo durante 20 años, y posiblemente abuso. Un cuerpo violado. Para mi, las mascarillas las siento como una invasión, como una violación de mi cuerpo, y no como una protección. Otra vez más no se respeta a mi cuerpo, no se respeta a mi espacio intimo, no se respeta a mi.

 

He conseguido poner una mascarilla las pocas veces cuando voy a un supermercado o algunas tiendas donde es obligatoria. También cuando fui en autobús a Granada hace dos semanas. Puedo entender (y hasta cierto punto comparto) las razones por las que hay que llevar una mascarilla, sobre todo en el transporte público, donde es imposible mantener una distancia adecuado y es un espacio muy pequeño. Me ha costado, y no fui a ningún supermercado probablemente al menos durante dos semanas. Y nunca he salido con mascarilla de mi casa.

Ahora, la situación es otra. La nueva norma es un sin sentido, es una arbitrariedad, y no me veo capaz de superar la sensación de la violación de mi cuerpo por una norma sin sentido. Esta mañana, solo pensando en esta norma y en tener que salir de la casa con mascarilla, me puse a llorar. Escribí a mi psicóloga y a mi abogada, y conseguí tranquilizarme lo suficiente para trabajar. Me ha costado concentrarme en mi trabajo.

Luego tuve que salir, aunque solo unos 100m para ir a una copistería. Me puse la mascarilla al salir del portal del edificio, y casi entré en pánico. Al salir de la copistería me saqué la mascarilla y la llevé en la mano hasta llegar a casa. Desde mi vuelta a casa, no he sido capaz de trabajar. Estoy en un estado de pánico, siento que estoy colaborando con la violación de mi cuerpo. Estoy intentando no pensar en esto, estoy intentando no sentirme demasiado. Estoy al borde de llorar. Tengo claro que ni puedo ni quiero cumplir con esta orden. No puedo obedecer a una orden que me exige colaborar con mi propia violación. Lo tuve que hacer demasiado en mi juventud, hacer cosas sin sentido, violar a mi propio cuerpo, cumplir ordenes de mis padres que a mi me parecieron una violación. ¡Nunca más!

 

Esta orden me quita las ganas de salir. Me quita las ganas de encontrarme con amigues en espacios públicos, en una terraza o en un bar. Me quita las ganas de dar un paseo. Me quita las ganas de vivir. ¿Cuanto tiempo? ¿Un año? ¿Más? ¡Un año de colaborar con mi propia violación! ¡Imposible! Me siento impotente, y siento pánico. Siento que no puedo con esto. Y no sé que hacer. Me da miedo. Miedo por mi.

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