Abuso sexual – y empezar a sanar
Desde hace dos semanas empecé a aceptar el abuso sexual en mi infancia como una realidad. Escribí hace dos semanas sobre mis dificultades para afrontar esta realidad – el abuso sexual. Y, la realidad es que sigo con mucho dolor, y cada vez con más rabia, más ira. Pero, mi diálogo interno permanente definitivamente se acabó. Estoy empezando a sanar estas heridas del abuso sexual, tanto por mi padre como por mi hermano.
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De una manera me doy cuenta de algo más de tranquilidad, sin este diálogo interno permanente. Ya no me planteo esta pregunta sobre el abuso sexual, lo acepto como un hecho de mi infancia – de quizás entre siete y nueve o diez años. No tengo ni idea cuantas veces, ni por mi padre, ni por mi hermano, pero tampoco siento la necesidad de saber más detalles. Me abusaban – basta. No tener este diálogo permanente para mí es un alivio.
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Las imágenes intrusivas del abuso por parte de mi padre y de mi hermano también ya no me invaden. No han desaparecido, esto no, pero no me invaden. Me vienen en mi media hora de gestión de todas estas emociones, y en momentos de visualización de mi niñe interior, cuando por una o otra razón mi nińe siente el miedo a mi padre o a mi hermano por el abuso, o el dolor del abuso, la vergüenza, la culpa. O, a veces, cuando yo por una u otra razón pienso en el abuso. Pero las imágenes no me invaden.
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Mi niñe interior poco a poco también se tranquiliza. Siento que hay cada vez menos miedo. Mi niñe llora menos, y confía que estos abusos son el pasado. Llora todavía, todavía hay algo de miedo, pero nada en comparación con hace dos semanas o más. Casi nunca encuentro a mi niñe interior llorando. El llanto viene cuando nos abrazamos, y se siente segure y queride. Sigue triste, esto sí, sigue sin la capacidad de jugar, esto sí, pero esta cada vez más tranquile.
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El estreñimiento que tuve casi todos estos meses desde noviembre – a veces menos, a veces más grave, y a veces hasta pensar en ir al médico – se acabó también, y no ha vuelto. ¿Casualidad? No lo creo.
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Y yo estoy con el dolor y la rabia, la ira. De una manera, quizás, lloro más, sobre todo en la cama después de acostarme y antes de levantarme, y, a veces, por la noche, cuando me despierto y no puedo volver a dormir. Creo que cada vez hay más rabia, y necesito mejorar mi gestión de esta rabia. En la media hora de gestión (“la media hora de mierda”), siento esta rabia, y me sale “I’ll kill you” (Te mataré) o “I hate you” (Te odio), curiosamente en inglés, y tengo fantasía como hacerlo con un cuchillo. A veces esta rabia se centra en mi padre, a veces – algo menos – en mi hermano.
Para mi todo esto confirma de una manera el abuso sexual. Y, a veces, encuentro más cosas que encajan perfectamente con el abuso sexual. Hace poco más que un mes ya escribí sobre el tema de no puedo jugar:
“’Un problema relacionado que se ha observado en muchos casos es que les supervivientes pueden tener dificultades para jugar: Ogden y sus colegas señalaron: 'Casi invariablemente, les clientes son incapaces de jugar, encontrando que su capacidad de experimentar placer, exuberancia y alegría en las interacciones o actividades lúdicas ha disminuido, ha desaparecido por completo a raíz del trauma, o se experimenta como paradójicamente peligroso y amenazante'.’
¡Cómo me identifico con esto! Y lo difícil que puede ser en muchas situaciones.”
Y, hace unos 10 días leí en un texto sobre las fases de sanación lo siguiente: “Mientras eran niñ@s y víctimas de abusos y después adultos en lucha por sobrevivir, muchos supervivientes no han llorado sus pérdidas.“ Me tocó mucho, y tuve que llorar cuando lo leí. La verdad es que hasta hace poco nunca en mi vida he estado capaz de llorar una perdida – una separación, une amigue que se fue o una amistad que se rompió por una u otra razón. Nunca en mi vida pude llorar estas pérdidas. Solo recuperé esta capacidad en noviembre, con otra perdida, y, creo que, en esta ocasión lloré todas las pérdidas de toda mi vida – un “backlog de tristezas no digeridas”, como lo llamaba una amiga mía.
Con todo esto, mi mente no ha vuelto con sus dudas. Mi mente ahora acepta que cerrar mi diálogo interno permanente solo ha sido posible confiando en mi cuerpo, en mis emociones. Esto me permite poco a poco sanar a esta herida. Es un proceso doloroso, pero es un avance. Sanar… o, empezar a sanar.
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