¿El nombre, ruido y humo que oscurece al cielo?

O: por qué los nombres importan

¡El sentimiento es todo; el nombre, ruido y humo que oscurece al cielo!” Esto dice Fausto en el Fausto de Goethe. Pero, ¿de verdad es así? ¿De verdad nuestro nombre no es más que ruido y humo que oscurece al cielo? Si fuera así, ¿por qué, lo primero que te quitan en una cárcel, en un campo de concentración, en un centro de detención como el de Guantánamo, es tu nombre, y te convierten en un número? De esta manera, te quitan tu personalidad, tu humanidad. Para mí es obvio: nuestro nombre es mucho más que ruido y humo, el nombre representa a nuestra individualidad, nos hace humanos.

Cuando, hace algo más de un año, empecé a conectar con más de mis yoes de mi comunidad interna, una de las primeras cosas que hice fue darles nombres a todes: mi niña interna se convirtió en Zora, tomando su nombre de Zora la pelirroja (una serie de televisión alemana en mi adolescencia), mi peque recibió el nombre Alex, mi (entonces) chico adolescente interno empezaba a llamarse Rigby, y más… Y, con su nombre propio empezaron a desarrollar su personalidad propia, cada une de elles. Sus nombres son mucho más que ruido y humo…

¿Y mi nombre? Tengo un nombre – quizás más correcto: tuve – que me fue dado por mis padres. Este nombre – ahora mi deadname – para mí representa su expectativa sobre quién debería ser yo. Pero, esto no soy yo, y nunca lo he sido. Más allá de que este nombre no soy yo, este nombre para mí también está muy vinculado a todos los abusos y maltratos que sufrí en mi infancia a manos de mi padre (abuso sexual) y de mi madre (un abanico de abusos psicológicos hasta intrusiones en mi espacio íntimo a veces al borde de lo sexual).

Cuando, hace ya diez años, empecé a identificarme como una persona no-binaria, inicialmente no hice nada con mi nombre, y, algo más tarde, empecé a experimentar con pequeños ajustes a mi deadname para desmasculinizarlo. Pero, hace unas semanas empecé a sentir que esto no es suficiente. Con todos los ajustes este nombre nunca terminó a convencerme, siguió siendo un nombre ajeno que no me representaba. Simplemente, siguió siendo la persona no existente que les hubiera gustado tener mis padres.

Entonces, me di cuenta de que necesito un nombre propio. No tuve que pensar mucho. Me decidí por Alana. Mi yo adulto queer ya se llamaba Alana. Según la web elsignificadodelnombre.com, Alana es de origen gaélico escocés, y es un nombre que puede ser masculino o femenino – ideal para una persona no-binaria como yo.

Al inicio, me sentí rare escuchar mi nombre como Alana. Pero esto duró pocos días. Pronto empecé a sentir una liberación, una liberación de la cadena que todavía me conectaba con la persona que mis padres se imaginaban. Alana. Soy yo.

Ezra Furman canta en su canción Book of Our Names (Libro de nuestros nombres):

Quiero que haya un libro de nuestros nombres
Ninguno faltará, ningunos iguales
Ningune de nosotres cenizas, todes nosotres llamas
Y quiero que los leamos en voz alta

[...]

Y los nombres serán los reales que son nuestros
No los que nos fueron dados por los poderes enemigos
Pero los que conocemos en nuestros huesos y entrañas
Y serán dichos en voz alta y repetidos

Alana, mi nombre, y no el nombre que me fue dado por los poderes enemigos – mis padres.

Ahora también estoy explorando cambiar mi apellido, como el apellido también – y quizás al nivel formal o descendencia todavía más – me vincula a “mi” familia, a esta familia que nunca sentía mía, que siempre me parecía una jaula. Entonces, llevo el apellido de mi padre, de mi abusador. Nunca me he sentido comode con este apellido. Pero solo ahora, enfrentándome a todos mis traumas de infancia, y especialmente a los abusos, este apellido me causa mucho malestar. ¿Cómo puedo seguir llevando el apellido de mi abusador? ¿Cómo puedo así señalar a todo el mundo que soy descendiente de esa mierda de familia? Otra jaula más. Siento la necesidad de desvincularme de esa familia, tanto de mi padre como de mi madre.

Por suerte, en mi vida diaria, muy lejos de un mundo formal, mi apellido no es muy presente. Así puedo olvidarme que llevo el apellido de mi abusador. Incluso en mi Centro de Salud mi médico me llama por mi nombre (que todavía no he cambiado a Alana con el Servicio Andaluz de Salud). Pero, esto no significa que quiero seguir viviendo con este apellido. Después de haberme dado mi nombre propio también quiero darme un apellido propio, que no me vincula con mis abusadores o maltratadoras (tanto mi padre como mi madre), sino con mi comunidad: Alana Queer.

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