Un espacio inseguro
Escribiendo sobre mi trauma en relación con mi madre, con sus intrusiones en mi espacio intimo, empecé a conectar con otro tema gordo de mi infancia y adolescencia: la falta de un espacio donde podía sentirme segure.
Al primero empecé a preguntarme: ¿no había una llave para cerrar la puerta de la ducha? La verdad es que no me recuerdo. Si había una llave, es posible que a estas edades (de 9-12 años) no nos permitieron cerrar la puerta. No lo sé. Pero sé que la ducha no era un espacio seguro, sé que no era un espacio donde podía permitirme relajarme.
Tal espacio simplemente no existía. Para mi era imposible sentirme segure en casa de mis padres. Con esto no quiero decir que permanentemente tenía miedo de violencia o abusos. Creo que no era esto. Pero la ausencia de violencia o abusos no es suficiente para hacer sentirte segure.
Nunca podía relajarme. Nunca podía saber si alguien – en lo general mi madre – entrará sin aviso previo, posiblemente me hará algunos comentarios o, peor aun, intentará acariciarme. Mi cuerpo y mi mente siempre estaban en alerta. Mi cuerpo siempre estaba tensa.
Me recuerdo más de mi adolescencia. Estaba compartiendo habitación con mi hermano, pero realmente me había construido mi espacio en el sótano, donde tenía mi música, y donde pasaba una gran parte de mi tiempo. Pero ni en la habitación ni en el sótano realmente podía relajarme. Tocar en la puerta antes de entrar no existía en la casa de mis padres, entonces muchas veces se abría la puerta sin aviso previo y en lo general entraba mi madre (a veces mi padre). Aunque muchas veces no me decía nada, simplemente pasaba para hacer algo, me molestaba, y siempre estaba en alerta.
Luego descubría los baños largos. El baño con la bañera sí tenía llave, y para mi un baño caliento no es tanto una relajación por la calidades de relajación del agua caliente, sino más porque el baño era mi refugio, mi espacio seguro, donde podía bajar la guardia, donde podía permitir a mi cuerpo relajarse, al menos un tiempo. Un refugio temporal. Un tiempo de seguridad. Pero siempre tenía que salir del baño, abrir la puerta y volver a la inseguridad de “mi” casa.
Hasta hoy me quedan los baños largos. Para mi son importantes para relajarme, y siguen siendo un refugio, aunque ahora sí tengo mi espacio seguro. Pero esta conexión se queda, y el significado del baño caliente y largo para mi va mucho más allá de lo que significa para la mayoria de la gente.
Cuando por fin me fui de la casa de mis padres para estudiar dejé de comerme las uñas sin pensarlo. Por primera vez en mi vida tenía mi espacio seguro, y ya no necesitaba comerme las uñas para soportar la ansiedad y el miedo – la inseguridad. Pero aunque dejé de comerme las uñas, mi cuerpo ya llevaba las secuelas de vivir sin jamas haberme sentido segure durante 20 años. Me recuerdo, años más tarde, que una amiga mía me masajeaba la espalda y me comentaba que era como piedras. Y lo era, pero para mi era lo más normal, lo más habitual.
Ahora, 35 años después, todavía siento el dolor de haber vivido tantos años sin jamas haberme sentido segure. No es solo esto. Más allá tampoco me había sentido viste como quien era, no me había sentido entendide o queride. Jamas. Vivir en esta casa significaba estar alerta permanentemente, estar tense, siempre intentar protegerme a mi misme, a que no me hacían daño. Las secuelas de esta vida todavía llevo en mi cuerpo.
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