¡Quememos el planeta! (¿o tal vez no?)

Necesitamos urgentemente reconstruir un poderoso movimiento por la justicia climática para un cambio de sistema

Algunas noticias de los principales medios de comunicación de unos pocos días, y me pregunto a qué estamos esperando nosotres, el movimiento por la justicia climática:

  • Casi la mitad de los sitios de producción de combustibles fósiles existentes deben cerrarse pronto si se quiere limitar el calentamiento global a 1,5C, el objetivo acordado internacionalmente para evitar una catástrofe climática, según un nuevo estudio científico.” (The Guardian, 17 de mayo de 2022)

  • Las mayores empresas de combustibles fósiles del mundo están planificando silenciosamente decenas de proyectos de petróleo y gas " bombas de carbono" que llevarían el clima más allá de los límites de temperatura acordados internacionalmente con impactos globales catastróficos, según muestra una investigación de The Guardian.

    Los datos exclusivos muestran que estas empresas están apostando miles de millones de dólares contra la humanidad para detener el calentamiento global. Sus enormes inversiones en la producción de nuevos combustibles fósiles sólo podrían ser rentables si los países no consiguen reducir rápidamente las emisiones de carbono, algo que, según los científicos, es vital.“ (The Guardian, 11 de mayo de 2022)

  • "Hay un gran potencial en África, pero yo diría que tiene que ser muy limitado a corto plazo porque los proyectos de gas tardan en materializarse", explica.
    Pero a medio y largo plazo, "se verá una mayor inversión para aumentar la capacidad de sacar más gas del subsuelo y llevarlo a Europa".
    ” (BBC News, 16 de mayo de 2022)

  • El Europe Gas Crisis Tracker identifica 26 terminales de GNL, proyectos de ampliación de terminales y unidades flotantes de almacenamiento y regasificación (FSRU) en diez países europeos, 22 de los cuales se han anunciado, propuesto o reactivado desde febrero de 2022.

    A pesar de algunas lagunas en la información sobre los proyectos, éstos aumentarían la capacidad de importación en al menos 152.000 millones de metros cúbicos al año (bcm/a), con un coste de al menos 6.000 millones de euros.

    Este posible aumento de la capacidad se contradice significativamente con los recientes análisis que muestran que la UE tiene suficiente capacidad de importación de gas -tanto en funcionamiento como en desarrollo antes de la guerra de Ucrania- para salir del gas ruso.” (Global Energy Motor, 16 de mayo de 2022)

Mientras que las evidencias científicas son cada vez más sólidas en cuanto a que tenemos que salir de todos los combustibles fósiles lo antes posible, que una gran parte de las reservas comprometidas y de las capacidades de producción (es decir, las reservas de combustibles fósiles para las que ya se ha tomado una decisión de inversión) tienen que permanecer en el suelo, dando lugar a "activos varados", la industria de los combustibles fósiles está utilizando la guerra de Ucrania como una oportunidad para impulsar nuevos proyectos de gas y otros combustibles fósiles, como si el cambio climático no existiera. "Quememos el planeta", parece ser su lema, "y cosechemos beneficios mientras podamos. A quién le importa lo que venga después".

Sabemos que no podemos confiar en nuestros gobiernos, y tampoco podemos confiar en el proceso de la ONU dentro de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (el Acuerdo de París y el proceso de la COP). Ni nuestros gobiernos, ni el proceso de la ONU (que, a fin de cuentas, es un proceso gubernamental) limitarán el cambio climático a nada cercano a 1,5ºC. Lo sabemos, y lo sabíamos antes de la COP26 de Glasgow, o antes del Acuerdo de París. Pero, ¿qué vamos a hacer al respecto?

Antes de la pandemia de COVID-19 (¿recuerdas?), teníamos la visión de un levantamiento climático - ¿te recuerdas de By 2020 We Rise Up? Hablamos de cerrar la brecha entre nuestros análisis y lo que nos dice la ciencia del clima, y nuestras acciones. Creo que no fuimos lo suficientemente ambiciosos. No creo que hayamos hablado lo suficiente sobre la necesidad de un cambio de sistema, de decrecimiento, de un cambio muy profundo de nuestro sistema capitalista cisheteropatriarcal, extractivista y productivista. Pero, hicimos un comienzo.

Luego, como continuación de By 2020 We Rise Up, vino el Acuerdo de Glasgow (nada que ver con el proceso de la COP), y las organizaciones firmantes asumieron (y se comprometieron):

Tomar la responsabilidad en sus propias manos de reducir, colectivamente, las emisiones de gases invernadero y mantener los combustibles fósiles en el subsuelo.

En sus actuaciones dentro del Acuerdo de Glasgow, las organizaciones mantienen el foco principal fuera del espacio institucional- es decir, las negociaciones con gobiernos y con las Naciones Unidas.

El texto del acuerdo menciona como una de las principales herramientas la desobediencia civil. El acuerdo se puso en marcha en noviembre de 2020, pero las acciones han sido poco ambiciosas. Un día de acción contra Total (con escasa participación), tres caravanas del clima, y ahora planes para alguna respuesta de emergencia. ¿Reducimos así las emisiones de gases de efecto invernadero? Lo dudo.

Entonces, ¿qué hacemos? ¿Cómo podemos recuperar el rumbo? ¿Cómo podemos reconstruir un poderoso movimiento por la justicia climática?

Seamos sinceres sobre el reto

Es fácil hablar de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 50% hasta 2030 y a cero neto en 2050, pero ¿qué significa eso en la práctica? Durante el primer año de la pandemia de COVID (2020), las emisiones de CO2 solo se redujeron un 6,4%, según un artículo de Nature del 15 de enero de 2021, y a finales de 2020 ya casi habían recuperado los niveles anteriores a la pandemia. A modo de comparación, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente dijo en noviembre de 2019 que las emisiones globales deberían caer un 7,6% anualmente para la década 2020-2030. Ni siquiera con los confinamientos realizados por COVID llegamos a eso, y desde entonces, las emisiones volvieron a aumentar año a año. Así que, a estas alturas, probablemente estemos hablando de reducciones de emisiones del 10% anualmente entre ahora (!) y 2030. ¿Creemos que podemos conseguirlo sustituyendo los combustibles fósiles por renovables, y los coches de gasolina/diesel por coches eléctricos? ¿Creemos que podemos conseguirlo y seguir con el paradigma económico del crecimiento económico perpetuo? Sigue soñando.

Aceptémoslo: el reto es enorme. La humanidad nunca se ha enfrentado al reto de tener que transformar profundamente el funcionamiento de las sociedades y las economías en tan sólo unos años, tal vez una década, tal vez dos (pero tenemos que estar en el camino correcto en pocos años). A algunos ecologistas les gusta hablar de "planes Marshall" y de esfuerzos bélicos. Pero estas son soluciones de arriba abajo (como lo fue la respuesta a la COVID: confinamiento, militarización, represión...). Lo que realmente necesitamos es algo diferente. Es un cambio del paradigma que guía nuestra sociedad. Tanto durante la guerra como durante la pandemia de COVID, la expectativa de (la mayoría) de la gente era/es algo así como "bueno, esto es una crisis, una emergencia, así que necesito hacer x ahora (o necesito no hacer y), pero una vez que haya pasado todo volverá a la normalidad, o incluso será mejor". Estamos en una situación muy diferente. No estamos hablando de reducir el consumo durante unos años, sino para siempre. Un cambio de paradigma. Una nueva forma de ver lo que significa el bienestar, lo que significa una buena vida.

Eso significa que necesitamos una visión positiva. ¿Cómo nos imaginamos una sociedad (no capitalista) que consuma mucho menos, pero que proporcione bienestar a todas las personas (y a otros animales)? ¿Cómo puede organizarse la economía en una sociedad así, a nivel local, regional y mundial? ¿Cómo nos imaginamos una sociedad realmente democrática? ¿Cómo nos imaginamos la justicia social, medioambiental y de género?

Necesitamos una visión que pueda empoderar y comprometer a la gente, y tenemos que hablar del reto, de que nuestro modo de vida está destruyendo el planeta, y ni siquiera hace feliz a nadie.

Tomemos en serio la parte de "justicia" de la justicia climática

"Justicia" suena bien, pero si sólo hablamos de "justicia climática" porque suena bien, nos estamos perdiendo algo realmente importante. La feminista lesbiana negra estadounidense Audre Lorde dijo: "No existe la lucha de un solo tema porque no vivimos vidas de un solo tema". Así que hablemos de lo que eso significa.

Sí, nuestro modo de vida está jodiendo el clima. Pero también está jodiendo a mucha gente. La brecha entre los ricos y les pobres se está ampliando a nivel mundial, y también dentro de los países supuestamente "ricos" del norte, cuya riqueza se ha construido sobre la explotación del resto del mundo (y de la naturaleza).

En enero de 2020, The Guardian informó: "La desigualdad ha alcanzado niveles sin precedentes, con más del 70% de la población mundial viviendo en países donde la brecha de la riqueza está creciendo, según un nuevo informe de la ONU". Y: "La brecha de ingresos se ha visto agravada por la crisis climática. El informe estima que la brecha entre el 10% más rico y el más pobre de la población mundial es un 25% mayor de lo que sería en un mundo sin calentamiento global."

El Informe sobre la Desigualdad 2022 afirma: "Las desigualdades mundiales parecen ser hoy tan grandes como lo eran en el momento de mayor auge del imperialismo occidental a principios del siglo XX. De hecho, la proporción de ingresos que actualmente capta la mitad más pobre de la población mundial es aproximadamente la mitad de lo que era en 1820, antes de la gran divergencia entre los países occidentales y sus colonias".

Esto significa que no podemos hablar de clima sin hablar de justicia social. Pero además, necesitamos urgentemente dialogar con los movimientos de justicia social (dentro de nuestros países y a nivel mundial), ya que las viejas soluciones de un estado de bienestar socialdemócrata dependen de un crecimiento económico infinito, para que haya suficientes migajas que se caigan de la mesa de los ricos para ser "re"-distribuidas. Hoy en día, los ricos consumen incluso sus migajas, y no hay nada que pueda ser redistribuido.

Sí, nuestro modo de vida está jodiendo el clima, pero el cisheteropatriarcado también está jodiendo a mucha gente: a las mujeres, a les queers y a cualquier otra persona no conforme con el género. La emergencia climática es el resultado del cisheteropatriarcado, y más concretamente de la masculinidad hegemónica y de la idea de que el "hombre" (!) puede controlarlo todo, de que "nosotros" (los hombres) podemos hacer realidad todo. La ominpotencia de la masculinidad ha creado la amenaza de la destrucción mutua asegurada por las armas nucleares, la guerra (como en Ucrania ahora), la energía nuclear y los accidentes (¿te recuerdas de Chernóbil? ¿Te recuerdas de Fukushima?) y la emergencia climática, y ahora está buscando soluciones técnicas, desde la captura y el almacenamiento de carbono (CCS) hasta la geoingeniería (jodiendo aún más nuestro clima). Al mismo tiempo, sabemos que las mujeres de todo el mundo ya están pagando el precio del caos climático mucho más que los hombres, y las personas LGBTIQA+ también sufrimos específicamente en situaciones de emergencia (como las inundaciones o huracanes inducidos por el cambio climático), ya que los refugios de emergencia suelen ser espacios heteronormativos y binarios, y no proporcionan espacios seguros para las personas LGBTIQA+.

Esto significa que la justicia climática tiene que ser queer y feminista, o no será justicia.

Sí, nuestro modo de vida está jodiendo el clima, pero el racismo y el colonialismo también están jodiendo a mucha gente. Hablemos del racismo en nuestras sociedades, de la muerte en el Mediterráneo, de las deportaciones, de Frontex y de la Fortaleza Europa. Hablemos de la historia del colonialismo y de la esclavitud, y de cómo esto todavía afecta a las personas racializadas de todo el mundo y contribuye a la desigualdad global.

Nuestra lucha contra el cambio climático desbocado debe incluir la lucha contra el racismo y el privilegio blanco, dentro de nuestros países y a escala global. Un nuevo extractivismo "verde" que vuelva a condenar a los países del Sur global a ser proveedores de minerales primarios (litio para las baterías de los coches eléctricos) en beneficio del Norte global no puede ser la salida a la emergencia climática. Más bien, hablemos de justicia restaurativa a escala global, y de reparaciones por siglos de colonialismo y esclavitud. Hablemos de por qué nuestros movimientos están formados mayoritariamente por gente de clase media y privilegiada, aunque podamos elegir vivir vidas precarias, pero eso no significa que no seamos privilegiades. Hablemos de lo que significa el descolonialismo y la construcción de la justicia racial para nuestro movimiento.

Hablemos de revolución

"Y por fin se empieza a girar las tablas. Hablando de una revolución", canta Tracy Chapman en su canción "Talking 'bout a revolution" en 1988. Desgraciadamente, esa revolución no llegó, y hoy hablamos aún menos de la revolución, ni siquiera como un susurro en las líneas de bienestar, como en la canción de Tracy Chapman.

Pero tenemos que hablar de revolución. Estoy cansade de la educada charla de "la transición justa". Hablemos de revolución. Hablemos de enfrentarnos al poder.

En su libro Cambiar el mundo sin tomar el poder, John Holloway escribe: "Durante más de cien años, el entusiasmo revolucionario de los jóvenes se ha canalizado para construir el partido o para aprender a disparar armas, durante más de cien años los sueños de quienes han querido un mundo adecuado para la humanidad se han burocratizado y militarizado, todo para que un gobierno gane el poder del Estado y pueda ser acusado de "traicionar" al movimiento que lo puso allí. "Traición" ha sido una palabra clave para la izquierda durante el último siglo, ya que un gobierno tras otro ha sido acusado de "traicionar" los ideales de sus partidarios, hasta que ahora la noción de traición en sí misma se ha vuelto tan cansada que no queda más que un encogimiento de hombros de "por supuesto". En lugar de buscar una explicación a tantas traiciones, quizás debamos analizar la propia noción de que la sociedad puede cambiarse a través de la conquista del poder del Estado." ¿Alguien quiere hablar de Podemos en España? ¿Alguien quiere hablar del Partido Verde en Alemania?

Y: "La única manera de mantener la idea de revolución es subiendo la apuesta. El problema del concepto tradicional de revolución quizá no sea que apuntaba demasiado alto, sino que apuntaba demasiado bajo. La noción de capturar posiciones de poder, ya sea el poder gubernamental o posiciones de poder más dispersas en la sociedad, pasa por alto que el objetivo de la revolución es disolver las relaciones de poder, crear una sociedad basada en el reconocimiento mutuo de la dignidad de las personas. Lo que ha fracasado es la noción de que la revolución significa capturar el poder para abolirlo. Lo que ahora está en el orden del día es la noción mucho más exigente de un ataque directo a las relaciones de poder. La única manera de imaginar la revolución no es como la conquista del poder, sino como la disolución del poder".

Así que hablemos de revolución, en serio. Hablemos de la necesidad de un cambio radical, de un cambio de sistema. Olvidémonos de la "transición justa": no hay transición justa en una sociedad capitalista cisheteropatriarcal. Cambiemos las tablas, pero sin crear nuevas relaciones de poder.

Es decir, no queremos apoderarnos de las instituciones existentes, tenemos que crear otras nuevas. Las instituciones nunca son neutrales. Han sido creadas con un propósito, y el propósito de las instituciones que tenemos es mantener el poder, facilitar el buen funcionamiento de la sociedad capitalista, de la destrucción de la base de la vida en la tierra. No tiene sentido hacerse cargo de estas instituciones.

Tenemos que crear algo nuevo. Tenemos que construir nuevas instituciones -nuevas formas de democracia, de organización de nuestras sociedades y economías- desde la base. Esto es imaginar la revolución como una disolución del poder.

Nos organicemos, dramaticemos, polaricemos

Hablar de revolución no es más que palabrería si no empezamos a organizarnos. Y eso no significa construir otro partido, después de tantas traiciones, como escribe John Holloway. Organizar en el sentido de organizar a la comunidad, de empezar a hacer alianzas poderosas a nivel local. Construir la interseccionalidad en nuestros movimientos, construir alianzas desde la base entre el movimiento por la justicia climática, los movimientos de migrantes, el movimiento (trans)feminista, los movimientos queer, los movimientos por la justicia social, los movimientos estudiantiles y juveniles, los movimientos por el derecho a la vivienda, etc. Para ello será necesario dialogar, escucharse y aprender les unes de les otres. ¿Qué significa la justicia social ante la emergencia climática? ¿Cuál es el papel de los sindicatos? ¿Qué sociedad queremos? ¿Y cómo llegamos a ella?

Hablar de revolución significa acción, acción dramática, con una estrategia. ¿Cómo dramatizamos la situación? Una de las lecciones que podemos aprender de los movimientos de cambio social del pasado es que una estrategia clave es la dramatización y la polarización. La dramatización pone de manifiesto ante el público que hay que tomar una decisión moral: por la justicia, por un planeta digno de ser vivido, o por la destrucción y la injusticia. Son las opciones morales las que hacen que la gente pase de la oposición a un objetivo del movimiento a convertirse en partidaries pasives o actives del cambio social. O, en otras palabras:

El movimiento a través de este espectro (desde la oposición al movimiento hasta la neutralidad y el apoyo) no siempre es el resultado de una decisión consciente. A menudo, la gente cambia porque una acción eficaz replantea las cuestiones morales básicas que hay detrás de un asunto que, de otro modo, se considera demasiado abstracto o complejo. Hace que la gente se conecte emocionalmente con el tema y elija un bando.

La polarización disminuye el espacio de indiferencia, es decir, obliga a la gente a tomar partido. Tenemos que organizarnos para dramatizar y polarizar. Tenemos que llevar a cabo acciones que expongan el dilema moral y faciliten que la gente se ponga de "nuestro" lado, al tiempo que construimos otras relaciones que disuelvan el poder.

El Acuerdo de Glasgow partió con el objetivo declarado de tomar la reducción de emisiones en nuestras manos. ¿Y cómo lo hacemos?

Por ejemplo, recientemente "activistas climáticas alemanes cerraron oleoductos de crudo en cinco lugares (...), exigiendo al país que busque otras formas de reducir su dependencia del gas ruso en lugar de iniciar nuevos proyectos de infraestructura basados en combustibles fósiles, como la perforación en aguas profundas. (...) Les activistas entraron en las estaciones de emergencia de los oleoductos en equipos de dos personas y activaron las válvulas de cierre que permiten cortar el flujo de petróleo y gas de forma segura en caso de emergencia". Evidentemente, las válvulas se pueden volver a abrir, pero también se pueden volver a cerrar... y otra vez...

O, hace unos años, "Les activistas de Plane Stupid se han encadenado en la pista norte de Heathrow para manifestarse contra la recomendación de una comisión gubernamental de que el aeropuerto tenga una tercera pista. Según los informes, 12 de les activistas contra el cambio climático rompieron una valla sobre las 3.30 de la madrugada y se encadenaron. La pista estuvo cerrada durante varias horas. (...)"

Hay muchas formas creativas y noviolentas de cerrar oleoductos (sin dinamitarlos), detener la aviación o... Hay muchas formas creativas de reducir activamente las emisiones.

Sin embargo, las acciones puntuales como las anteriores no dejan de ser simbólicas. Ayudan a dramatizar y polarizar, pero por sí solas no cerrarán la infraestructura sucia durante mucho tiempo. Para ello es necesario llevar a cabo una acción noviolenta coordinada y a largo plazo. El boicot a los autobuses de Montgomery, que puede considerarse un momento importante para el movimiento por los derechos civiles en EE.UU., duró poco más de un año... Así pues, empecemos a organizarnos, a elaborar estrategias, a planificar...

Construir resiliencia

Hablar de cambio de sistema y de revolución, de cerrar la infraestructura sucia, y no sólo hablar de ello, sino hacerlo realmente, significará represión en forma de arrestos, multas, prisión, ... Para poder ir en serio necesitamos construir un movimiento resiliente: comunidades de resistencia y apoyo. Eso significa solidaridad a la hora de pagar las multas (y les abogades, y las tasas judiciales), apoyo cuando la gente se enfrenta a la cárcel - apoyando a las personas que van a la cárcel, pero también a sus amigues, familia, comunidad.

Desarrollar la resiliencia también significa hablar de nuestras emociones, de nuestra desesperación, frustración, miedos y rabia. Es una reacción bastante normal sentir desesperación ante la inacción climática. ¿Cómo gestionamos la desesperación y la frustración, y las convertimos en ira, y canalizamos esta ira en energía para la acción? ¿Cómo gestionamos, individual y colectivamente, nuestros miedos a la hora de pasar a la acción, o nuestra ansiedad provocada por el conocimiento de las consecuencias de un cambio climático galopante?

¿Hay esperanza? O, tal vez, ¿qué significa la esperanza en tiempos de emergencia climática y social?

John Holloway escribe: “En el principio es el grito. Nosotros gritamos.

Cuando escribimos o cuando leemos, es fácil olvidar que en el principio no es el verbo sino el grito. Ante la mutilación de vidas humanas provocada por el capitalismo, un grito de tristeza, un grito de horror, un grito de rabia, un grito de rechazo: ¡NO!

Nuestro grito no es sólo de horror. No gritamos porque enfrentemos la muerte segura en la tela de araña, sino porque soñamos con liberamos.
Gritamos mientras caemos desde el peñasco, no porque estemos resignados a ser despedazados contra las rocas sino porque todavía tenemos la esperanza de que podría ser de otra manera.

Nuestro grito es un rechazo de la aceptación. Es un rechazo a aceptar que la araña nos comerá, un rechazo a aceptar que moriremos entre los peñascos, un rechazo a aceptar lo inaceptable. Un rechazo a aceptar la inevitabilidad de la desigualdad, de la miseria, de la explotación y de la violencia creciente. Un rechazo a aceptar la verdad de lo falso, a no tener escape. Nuestro grito es un rechazo a revolcamos en el hecho de ser víctimas de la opresión, a sumergimos en una "melancolía de izquierda", algo tan característico del pensamiento opositor. Es un rechazo a aceptar el papel al que los intelectuales de izquierda están tan dispuestos, el de Casandra: predecir la caída del mundo mientras se acepta que no hay nada que podamos hacer al respecto. Nuestro grito es un grito que rompe ventanas, es un rechazo a ser contenidos, es un desborde, un ir más allá del margen, más allá de los límites de la cortesía social.

¡Dejemos de ser corteses! ¡Gritemos! ¡Y no quememos el planeta!