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"La izquierda se equivoca cuando piensa que las instituciones se podrían utilizar para cambiar el mundo"
Como activista, Andreas Speck ha participado en movilizaciones en diferentes lugares del planeta. Estas experiencias las ha volcado en el libro Nos organizamos para el cambio social. Un pequeño manual del organizing. El mismo concepto de poder es uno de los temas centrales en el libro.
¿Qué es el organizing?
En palabras de Saul Alinsky, fundador del concepto del community organizing en los Estados Unidos de los años 30, el organizing es “cómo organizarse de cara al poder: cómo obtenerlo y cómo usarlo”. Pero no busca cualquier poder, sino que frente al “poder-sobre”, el poder que nos acecha desde arriba, persigue el “sí se puede, el poder de los de abajo. Algunos aspectos clave para el organizing son la formación de alianzas entre organizaciones, colectivos, grupos e identidades en un territorio compartido para construir comunidad y poder, y el establecimiento de demandas concretas realizables a corto plazo, manteniendo a la vez una visión de cambio social estructural y multiescalar que incluya perspectivas económicas, raciales, ecológicas, de género, etc. Se trata además de un proceso completo, donde es importante no dejarse llevar por las metas particulares, sino mantener una visión dual estratégica y táctica. El empoderamiento, la movilización centrada en las necesidades y los derechos de cada persona o el desarrollo de liderazgos para el cambio social son tan importantes como el éxito.
¿Cuáles han sido esos éxitos?
En Estados Unidos, el organizing ha logrado muchos éxitos bajo diferentes gobiernos. Desde el barrio Back of the Yards en el Chicago de los 40 —donde Saul Alinsky aplicó el concepto por primera vez—, pasando por el movimiento de derechos civiles para la población afroamericana de los 60 o ActUP —AIDS Coalition to Unleash Power— en los 80 y el Black Lives Matter de hace unos escasos años, hasta el movimiento de desinversión de las energías fósiles, que logró, por ejemplo, que la ciudad de Nueva York retirara 5.000 millones dólares de su fondo de pensiones de las energías fósiles. Son solo algunos de los ejemplos que demuestran que el poder del “sí se puede” está forzando pequeños cambios para construir un mundo mejor, aunque obviamente queda mucho trabajo por hacer, y para ello tenemos que organizarnos.
El poder es un elemento esencial en tu libro. ¿Cómo lo definirías desde la perspectiva del organizing?
Cuando pensamos en “poder”, pensamos en represión, injusticia, explotación, corrupción, en “abuso” de poder. ¿Abusos? Entonces, ¿existen usos legítimos, justos, deseados?. Pero hay “otro poder” que viene del “sí se puede” de la PAH y del 15M. Un poder distinto, desde abajo, desde lo colectivo. Un poder que habla de nosotras, de nuestro potencial y nuestras capacidades cuando nos reunimos, cuando construimos movimiento, un poder que es resultado de nuestros propios procesos de empoderamiento. Podemos —nosotras, no el partido que se ha apropiado de esta palabra— cambiar el mundo, construir un mundo nuevo dentro de las cáscaras del viejo y acabar así con las injusticias.
Ese ‘otro mundo posible’ se nos resiste...
Como apunta John Holloway, autor de Cambiar el mundo sin tomar el poder, el problema del concepto tradicional de revolución no ha sido que apuntara demasiado alto, sino que más bien ha apuntado demasiado bajo. La idea de tomar posiciones de poder, ya sea poder gubernamental u otras más dispersas en la sociedad, no comprende que el objetivo de la revolución sea disolver las relaciones de poder, crear una sociedad basada en el reconocimiento mutuo de la dignidad de las personas. Lo que ha fallado es la idea de que la revolución significa tomar el poder para abolir el poder.
Y ha fallado también —sobre todo— la propia toma del poder, en el pasado en los casos de la Unión Soviética, Cuba o Nicaragua, y ahora está fallando también en Bolivia o Venezuela. El poder institucional se convierte en poder represivo y dominante que crea nuevas élites o, en manos de personas bienintencionadas, se limita a realizar gestos simbólicos que no cambian las relaciones de poder.
¿Crees que corre la misma suerte el movimiento municipalista del Estado español?
La izquierda se equivoca cuando piensa que las instituciones tomadas se podrían utilizar para cambiar el mundo. Se equivoca porque las instituciones nunca son neutrales. Las instituciones fueron creadas para ciertos fines —siempre desde arriba, con ciertos aspectos de dominación y control—, algo que forma parte de su ADN. En los “ayuntamientos del cambio” están sufriendo los efectos de los límites impuestos por el marco legal de nuestro Estado —Manuela Carmena y el ministro de Hacienda Montoro—, o los límites presupuestarios —de nuevo, el marco legal—. Esto no quiere decir que no tengan cierto margen “para jugar”, pero en cuanto quieren introducir cambios un poco más profundos, chocan con el marco legal. No sorprende. Las instituciones que han tomado no fueron creadas para construir otro mundo, sino para administrar este mundo capitalista, patriarcal e injusto. No sirven para otra cosa.
Como dijo Gustav Landauer, anarquista alemán, “el Estado es una condición, una cierta relación entre seres humanos, una forma de comportamiento humano que destruimos estableciendo otras relaciones, comportándonos de manera diferente, con uno y con el otro”. Es decir, solo si dejamos de obedecer al “poder-sobre” y construimos el poder del “sí se puede” destruiremos el Estado y podremos construir otro mundo.
¿Cuál sería, pues, la vía para una revolución que merezca la alegría ser vivida?
Detrás del “sí se puede” hay otras formas de poder más adecuadas para el cambio social. En primer lugar, el “poder-dentro”, el sentimiento de una persona sobre su valor y conocimiento propio, la capacidad de imaginar, crear opciones y tener esperanza, bajo el convencimiento de que toda persona tiene la posibilidad de influir sobre su situación de vida y cambiarla. En segundo lugar, el “poder-con”, el poder colectivo que construimos cuando nos juntamos con otras personas, cuando formamos organizaciones, redes y alianzas, juntando capacidades, conocimientos y generando dinámicas de apoyo mutuo. Y, por último, el “poder-para”, la relación entre nuestro poder para alcanzar nuestros objetivos y los poderes dominantes, para lograr objetivos y abrir la posibilidad a la acción colectiva para el cambio social. El “sí se puede”.
En este sentido, tomar las instituciones, incluso en el ámbito municipal, nos lleva a reproducir las jerarquías que frenan el cambio social de raíz que necesitamos. Esto es importante, porque todas nosotras hemos aprendido a subordinarnos, a ser ‘útiles’ dentro del sistema. Es necesario desaprender esta dinámica de sometimiento —tan disfuncional— y aprender a organizarnos de manera distinta y horizontal. Volviendo a Holloway —“lo que ha fallado es la idea de que la revolución significa tomar el poder”—, tenemos que construir poder, pero otro poder. Y sí, necesitamos instituciones, pero otras instituciones para otro mundo posible —un mundo más justo, más ecológico y resiliente—. Un mundo feminista. Empecemos a organizarnos. Sí se puede.
Manual para el cambio social
Nos organizamos para el cambio social. Manual del organizing está realizando una campaña de financiación colectiva para poder ver la luz. Si quieres apoyarlo, puedes hacerlo en bit.ly/nosorganizamos.
Publicado en: El Salto, Edicion Andalucia, 23 de febrero de 2018, https://www.elsaltodiario.com/activismo/andreas-speck-la-izquierda-se-equivoca-cuando-piensa-que-las-instituciones-se-podrian-utilizar-para-cambiar-el-mundo
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