La dictadura de la salud publica
No quiero negar la seriedad de la crisis sanitaria. El virus Sars-Cov-2 ya se ha llevado más de un millón de vidas al nivel global, y unos 40 millones personas ya han pasado por la enfermedad COVID-19. No es poco. No tiene sentido negar la seriedad de la situación, o caer en la trampa de las teorías de conspiración.
No obstante, tampoco tiene sentido apagar a nuestro pensamiento critico, sucumbir al pánico generalizado que parece existe en el Estado español. Tenemos que convivir con este virus al menos un año más, y hablo de vivir y no solamente de sobrevivir.
Política de miedo y represión
Parece que en el Estado español existe una ‘coalición’ muy amplia que esta de acuerdo en echar la culpa por los nuevos contagios siempre a la gente, y especialmente a les jovenes irresponsables, y que la única manera de frenar el aumento de contagios son más restricciones acompañadas por amenazas de multas y todavía más restricciones. No tengo tele (por suerte), pero solo leer la prensa supuestamente ‘seria’ se ve titulares echando la culpa a la gente por tener una vida, por reunirse y beber, comer, hablar. Además, hay un seguimiento casi en directo de casos de contagios, de hospitalizaciones, etc – solo falta una contador en las webs de los medios de comunicación que se actualiza con cada prueba PCR positiva.
En la tele y la prensa menos sería todo esto esta acompañado por historias de ‘interés’ humano – historias de personas que pasaron la COVID-19 de forma grave, con complicaciones, o sufren la COVID-19 de larga duración. Obviamente, todo esto existe. Aunque la mayoría de las personas pasan la COVID-19 de forma asintomática o con síntomas lleves, no podemos negar que existen casos grave, y una mortalidad relevante. Pero en el contexto actual todo esto sirve para poco más que generar un miedo irracional, un pánico generalizado, y ayuda poco para aprender a convivir con el virus al medio plazo y asumir una responsabilidad individual informada y equilibrada con otras necesidades humanas.
Desviar la atención del fracaso de los políticos
Todo esto ruido sirve poco para contener la pandemia, como podemos ver con el aumento de casos en las últimas semanas. Más bien, sirve para desviar la atención del fracaso de los políticos de todos los colores. Si se hablaría (y actuaría) solo la mitad del tiempo que se nos estan echando la culpa y que nos están amenazando con nuevas restricciones (y multas) sobre como fortalecer a la atención primaria, como hacer un rastreo de contactos eficaz y rápido (un fallo que también señalo The Lancet en un editorial en octubre), como agilizar las pruebas PCR, para que los resultados no tardan días en llegar, probablemente teníamos mucho menos casos. Por ejemplo, en el Estado español solo se identifica el origen del contagio de unos 12% de los casos – en Coreo del Sur son más de dos tercios (76%). “Con las capacidades de rastreo de muchas comunidades autónomas, lo más que se puede hacer es confirmar que hay transmisión en los hogares sin poder cuantificar la importancia relativa de cada fuente de transmisión”, dice Miguel Hernán, catedrático de Epidemiología en la Universidad de Harvard, según El País. Cree que ha faltado voluntad política, por no entender que salud pública y economía van de la mano: “Un buen sistema de rastreo es de las mejores inversiones económicas, para saber qué actividades son más o menos seguras y hacer cierres muy selectivos". El rastreo al revés, es decir, activamente buscar la fuente del contagio, ni se plantea en el Estado español. Otra vez El País: Hacer este rastreo ‘hacia atrás’ sería un reto doble en España. Ahora mismo parece que no está haciéndose ni el convencional: la mediana de contactos identificados por cada caso conocido ha caído a solo dos personas, según datos oficiales de Sanidad. Es decir, a menudo no se llega a cubrir ni los convivientes.
Más allá, deberían trabajar en un sistema de atención integral a personas qué dan positivo y tienen que confinarse. Un sistema que se ocupa de una vivienda que permite el confinamiento de una persona o busca otras soluciones, un sistema que se ocupa de las ayudas sociales y económicas necesarias para que una persona o una unidad de convivencia puede cumplir con el confinamiento necesario. Menos culpa, menos represión, y más ayudas, sin burocracia y tomando en cuenta una realidad de muchas personas que dependen de ingresos de una economía informal, que no tienen los papeles necesarios para pedir ayudas.
Pero no. Es más fácil echar la culpa a la gente. Es más fácil amenazarnos con multas. Es más fácil meternos el miedo en el cuerpo – miedo al virus o miedo a la represión – y lograr que obedecemos a las restricciones más absurdas. Y movilizar a los pequeños burgueses en contra de la gente que todavía tiene ganas de vivir, para que denuncien, gritan de sus balcones, exigen todavía más restricciones. En estos días, leer los comentarios debajo de los artículos en la prensa me da miedo. Miedo al fascismo.
Las medidas contra el virus matan también
No solo el virus mata, también lo hacen las medidas contra el virus. ¿Cuantas personas han muerto o están sufriendo consecuencias graves por que no se les ha diagnosticado otra enfermedad grave, un cáncer, o otra infección? Cuantas personas mayores en las residencias han muerto prematura por tristeza y aislamiento, por falta de contacto e interacción? Cuantas personas mayores en las residencias han sufrido y deterioro de su salud – de su alzhéimer o demencia – por el aislamiento, probablemente llevándoles a una muerte prematura?
¿Cuantas personas están sufriendo una ansiedad o una depresión grave? ¿Cuantas personas se están ‘medicinando’ con alcohol o otras drogas, por que no pueden soportar más su ansiedad o su depresión? ¿A cuantas personas esto ha llevado al suicidio ya, y tienen una alto riesgo de suicidarse?
No hay estadísticas de estas otras muertes. Poco se habla de las consecuencias para la salud mental al corto, medio y largo plazo, consecuencias que pueden inhabilitar a una personas tanto como la COVID de larga duración. Pero no hay reportajes de interés humano en la tele o la prensa. Estas personas no existen en el discurso publico, que solo hace que a estas personas no se ve, y si se quejan de su sufrimiento causado por las medidas contra el virus se les considera egoísta, insolidaria, irresponsable, aumentando así su aislamiento y sufrimiento. Lo he vivido.
Y aun lo vivimos nosotres, las personas que hemos entrado en esta crisis sanitaria ya con problemas de salud mental. Poco se habla de la retirada de servicios de atención psicológica, de las consecuencias graves de una falta de contactos para personas con problemas de salud mental, de las consecuencias de una retraumatización, o de otros problemas de salud mental. Por ejemplo, el plan de prevención del suicido del Ministerio de Sanidad se queda paralizado por la COVID – en un tiempo, cuando todas las personas expertas temen un aumenta significativo de problemas de salud mental. Desde la Confederación Salud Mental España señalan: "Vienen tiempos muy difíciles de crisis económica, desempleo, desahucios, que van a afectar a la salud mental de toda la población, generando problemas, o agravando los ya existentes; y a esto se suman los suicidios, que, aunque no disponemos de datos oficiales, sí tenemos constancia, por nuestras entidades, de que la situación está empeorando".
Nuevas restricciones, nuevas confinamientos lo van a empeorar todavía más, hasta llega una pandemia de salud mental.
La falta de un discurso critico desde la izquierda
Hace falta un discurso critico. Hace falta romper con esta política hegemónica de miedo, de pánico, de echar la culpa a la gente y no a la mala gestión política de esta crisis – tanto por el gobierno estatal “progresista” como por los gobiernos autonómicos de distintos colores. Hace falta un discurso que también expone alternativas: por ejemplo, Suecia no esta viviendo la misma segunda ola como el resto de Europa. Según The Guardian, Dorit Nitzan, el director regional de emergencias de la OMS para Europa, dijo que el enfoque de Suecia en la sostenibilidad a lo largo del tiempo, la participación ciudadana y el cumplimiento voluntario era interesante porque "este es el momento en que todos tenemos que aprender a vivir con este virus". No se trata de copiar a Suecia, que ha cometido errores graves también, sino de aprender más de Suecia, porque, dijo Nitzan, el país había "adaptado su respuesta al comportamiento y los antecedentes de su población, y lo había aprovechado para que fuera eficaz". Y hay países que no tienen una segunda ola: Japón o Corea del Sur y otros países con un buen sistema de rastreo.
El Estado español no es Suecia, ni Japón, ni Corea del Sur. Son solo ejemplos que muestran que hay otras maneras de gestionar la crisis de la COVID. Por esto, necesitamos un discurso respetuoso, necesitamos un espacio critico público de izquierdas, para que podemos debatir las consecuencias de las medidas restrictivas, buscar alternativas de forma colectiva, y apoyarnos mutuamente en nuestro sufrimiento. No podemos permitir que la ultraderecha, los conspiracionistas y negacionistas toman este espacio, como esta pasando ahora. No es suficiente desde la izquierda exigir más medidas sociales y callarnos sobre las restricciones. Necesitamos exigir que por fin nuestros gobiernos se ponen a trabajar para fortalecer el rastreo, la atención primaria, los servicios sociales. Deberíamos poner un enfoque en una salud entendida más amplia, incluyendo a la salud mental, en las consecuencias sociales y políticas de la crisis (el fomento del individualismo por una nueva cultura de ‘compartir (juguetes) es peligroso’), y también mirar más allá de la crisis actual: los riesgos de la perdida de biodiversidad y de hábitats de especies salvaje (la pandemia actual es una consecuencia), la emergencia climática, la emergencia social.
Estoy harte de una izquierda española complaciente y obediente. Estoy harte de una izquierda española que parece ha perdido su capacidad critica, y se ha sumado al pensamiento hegemónico: miedo, restricciones, represión.
Aprender a vivir con el virus
Tenemos que aprender a vivir con el virus. Una vacuna, si llega, no llegará antes del otoño de 2021, lo más temprano. Tampoco sabemos si será eficaz y cuanto tiempo durará la inmunidad. Y cuanto tiempo se necesitará para vacunar a una parte suficiente grande de la población. Tenemos que convivir con el virus durante 2021, y muy probablemente durante una (gran) parte de 2022, y de cierto modo para siempre. Es poco probable que este virus desaparece. Esto significa qué tenemos que vivir, y no solo sobrevivir. Las restricciones actuales no son sostenibles, y probablemente por esta razón se esta creando la esperanza a una vacuna ‘pronto’. Mentiras, y lo saben. La caída será todavía cuando la vacuna no llega.
Convivir con el virus significa hacer todo lo que los políticos no hacen, de lo que no hablan: atención primario, rastreo de contactos, un sistema integral de apoyo para personas que tienen que confinarse, y más. Convivir significa asumir la responsabilidad individual y colectiva, pero también vivir: encontrarnos, abrazarnos (abrazarnos y tocarnos no son solo aspectos de la cultura mediterránea, también son necesidades humanas), beber, comer, charlar, ligar. Compartir nuestras vidas, en lo bueno y lo malo. Apoyarnos mutuamente, y no echarnos la culpa.
Estamos lejos de esto en el Estado español. Reinan el miedo, la culpa, y la represión. Al menos yo no puedo más. ¡Ya basta!
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