Abolir la familia – ¿ejercicio intelectual o necesidad de supervivencia?

El viernes pasado fui a una charla de Nuria Alabao sobre Abolir la familia en Lanónima en Sevilla. Lo que a mi realmente me interesaba era esta parte: “pensar juntas a partir de la abolición de la familia tal como la conocemos: la destrucción de su papel en el orden económico y político, como potencial punto de partida para otras formas de organización de la reproducción social más justas, que flexibilicen las maneras en las que las personas pueden establecer lazos —elegidos y no genéticos— que extiendan el apoyo mutuo y el cuidado fuera de los estrechos márgenes del parentesco que a cada cual le haya tocado en suerte.” Desafortunadamente, en esto la charla y el debate se quedaron cortos.

Soy una persona trans no-binaria superviviente de abuso sexual en mi familia – por parte de mi padre. Soy superviviente de un trauma complejo por abandono y negligencia emocional tanto por mi padre como por mi madre. Cuando pienso en familia, las primeras palabras que me vienen son violencia, abuso (sexual), abandono, maltrato, chantaje emocional, … Mientras estoy muy de acuerdo con el diagnóstico del papel de la familia en el orden económico y político como lo planteó Nuria Alabao (por ejemplo también en este artículo), de una manera me sobra este diagnóstico. Solo tengo que mirar a mi entorno, a mis amistades (especialmente trans y no-binarias, pero no solo), y lo que veo es violencia, maltrato, abuso, abandono emocional, … con todos los traumas resultantes.

Como dice Hil Malatino en Cuidados trans: “Muches de nosotres no tenemos familias, punto. Las perdimos en algún lugar del camino. Nos rechazaron. Tuvimos que escapar de ellas para sobrevivir.

Esto no es solo el caso de muchas personas trans y no-binarias, pero quizás es más marcado en nuestras vidas. Según una investigación sobre las realidades de personas no-binarias en el Estado Español, un 12% no tenían ningún contacto con ni una persona de su familia.

Como nuestras vidas son así, para nosotres la pregunta como construir “otras formas de organización de la reproducción social más justas, (…) que extiendan el apoyo mutuo y el cuidado” no es un ejercicio intelectual, sino una necesidad de supervivencia. Simplemente, no tenemos el lujo de tener una familia.

Yo no estaría aquí ahora escribiendo esto sin mis redes de apoyo. En los últimos siete años he vivido varias crisis de salud mental como resultado del maltrato y abuso sexual sufrido por parte de mi familia. Han sido mis redes que me sostuvieron emocionalmente, y más. Sobre todo la última crisis, a partir de noviembre de 2021, fue tan grave que estoy convencide de que no hubiera sobrevivido sin mis redes. Una amiga de Berlin me invitó a visitarla en navidad de 2021, sabiendo de mi crisis y que estaba luchando con flashbacks emocionales fuertes. A mi vuelta, cuando empezaba a hablar abiertamente del suicidio, otra amiga me llamó y me ofreció su casa como mi espacio seguro a donde ir cuando me sentía suicida. En este momento ni era una amiga muy cercana (ahora si lo es). Otra amiga me pagó mi terapia durante seis meses. Y ni puedo mencionar todos los cuidados y apoyos emocionales.

Sigo con Hil Malatino pensando en “(…) cómo son realmente los cuidados en las vidas trans. Esto significa descentrar la familia y, en cambio, comenzar a partir de las personas de múltiples géneros, radicalmente inventivas y muy agotadas que tejen nuestras redes de cuidados. (…) Los cuidados en la transición también significan lidiar con el hecho de que las formas de familia y parentesco que se invocan en gran parte de la literatura feminista sobre el trabajo de los cuidados y la ética de los cuidados están afectadas por formas de domesticidad e intimidad que son tanto blancas como eurocentradas, basadas en el sistema de género moderno/colonial.

Quizás no sorprende que en la charla salieron principalmente las propuestas clásicas del feminismo de clase: guarderías 24 horas y comedores comunes. Muy bien. Pero completamente insuficientes.

Desde la charla, me quedo con muchos pensamientos. Nuria Alabao habló de construir relaciones con una obligatoriedad recíproca (para poder asumir los cuidados), y que este tipo de relaciones necesitan su tiempo para construirlas, y a mí esto me causa muchas dudas y hasta rechazo. ¿Obligatoriedad? ¿Por qué la idea que con obligatoriedad los cuidados podrían funcionar?

Personalmente, pienso más en asumir compromisos, es decir, voluntariamente asumo un compromiso en una relación (de cualquier tipo), que ni requiere reciprocidad. Se trata más de confiar en la red, en que cuando yo necesito cuidados o apoyo, habrá una persona de la red (o varias) que lo pueden asumir, y no tienen que ser las mismas personas que antes habían recibido un apoyo mío.

Y no sé si esto realmente necesita relaciones a tan largo plazo. Hil Malatino ofrece esta definición mínima de comunidad: personas que están retejiendo. Y cuando repaso mi experiencia de los últimos siete años, ha sido un retejer permanente de mis redes. Y hablo conscientemente de redes, en plural, como son varias redes, con muchas personas que ni saben de otras. Algunas personas salieron de mis redes, otras se sumaron. Un retejer permanente. Y, quizás, deberíamos dejar atrás la idea de una red de apoyo mutuo para toda la vida que debería asumir los cuidados y apoyos – emocionales, económicos, de crianza, cuando estamos enfermes – que hoy en día asume (muchas veces mal) la familia, y en vez de esto confiar en nuestras redes, siempre frágiles, siempre en reconfiguración, pero capaces de sostenernos cuando las necesitamos? No sé. A mi misme me da miedo todavía, pero, al mismo tiempo, mis redes me han sostenido durante los últimos años, y siguen sosteniéndome.

Después de la charla hablamos entre unes amigues. Hablamos de que muchas veces las redes de apoyo se construyen desde las comunidades marginadas. Durante la crisis del SIDA en Estados Unidos, la comunidad LGBT (y sobre todo la parte gay) construyó redes de apoyo impresionantes, desde pruebas de HIV gratis hasta cuidados en casa de personas enfermas, comida a casa, acompañamiento emocional, … Todo esto a una escala impresionante. En muchos países de África entre las mujeres existen sistemas de apoyo económico – las tontinas – basadas en la confianza y el apoyo mutuo. Y durante la pandemia del COVID-19, especialmente al inicio, en muchas ciudades se construyeron redes de apoyo mutuo, como por ejemplo en Sevilla la Ramuca. ¿Cómo llevamos estas experiencias de comunidades marginadas (con excepción de las redes de apoyo mutuo durante el COVID) al centro de la sociedad? ¿Cómo cambiar a nuestros imaginarios para qué nos veamos capaces de confiar en estas redes? ¿Cómo fortalecerlas?

Al mismo tiempo vuelvo a mi idea de antes: no creo que tiene sentido pensar en una red que asume todos los cuidados y apoyos. Cada une tenemos que tejer y retejer nuestras redes todo el tiempo, y confiar en nuestras redes, en los compromisos de cada une de apoyarnos.

Esto solo es una inicio. Pero, para mi, construir alternativas a la familia, nuevas estructuras de apoyo mutuo y cuidados, es una pregunta de supervivencia. He llegado hasta aquí gracias a mis redes.

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