Con el aplazamiento de la COP26, el Acuerdo de Glasgow toma la iniciativa sobre acción climática
Después de más de 40 años desde la primera conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático en 1979 —y después de más de 25 años de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático— el mundo todavía está lejos de cualquier acción significativa sobre el clima. Aunque las emisiones de carbono siguen aumentando, este año se ha producido una caída en la curva debido a la pandemia de covid-19. No obstante, sigue habiendo serias preocupaciones sobre un importante rebote, y las emisiones de China ya han repuntado más allá de los niveles anteriores a la pandemia de covid en mayo.
Debido a la pandemia, la 26ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, o COP26, en Glasgow, que debía ser decisiva para mantenerse dentro del límite de 1,5 grados centígrados de aumento de la temperatura, se aplazó hasta noviembre de 2021, lo que marca la inercia climática de las instituciones supuestamente creadas para salvar el clima. Sin embargo, las moléculas no esperan a las negociaciones institucionales y el cambio climático sigue acelerándose. El año 2020 está en camino de convertirse en uno de los cinco años más calurosos de la historia reciente, con muchas posibilidades de encabezar la lista.
A finales de 2018, colectivos europeos que defienden la justicia climática se reunieron y formaron el grupo By 2020 We Rise Up (2020: Rebelión por el clima en el Estado español) con el objetivo de cerrar la brecha entre el análisis de una emergencia climática y el business as usual del movimiento climático. El concepto de olas crecientes de acción directa no violenta por la justicia climática tenía como objetivo aumentar la presión para una acción decisiva sobre el clima antes de la COP26. Mientras esto estaba en marcha, la pandemia de covid-19 causó una abrupta reducción de las movilizaciones.
El Acuerdo
El Acuerdo de Glasgow es una iniciativa que retoma las cosas donde By 2020 We Rise Up las dejó. Proporciona un marco para una mayor escalada estratégica de la acción de los movimientos sociales por la justicia climática. Al mismo tiempo, al mirar más allá de la COP26 (o incluso pasarla por alto), el acuerdo también tiene en cuenta las lecciones del colapso de la movilización después de la COP21 en Copenhague en 2015.
Sí, necesitamos una acción climática urgente por parte de nuestros gobiernos, pero sabemos que incluso en el mejor de los casos, la COP26 (ahora en 2021) será demasiado poco y demasiado tarde. Por lo tanto, para evitar la sensación de fracaso y el consiguiente colapso de las movilizaciones, el Acuerdo de Glasgow tiene como objetivo retomar la iniciativa sobre la acción climática de los gobiernos y las instituciones internacionales.
El texto exacto del Acuerdo de Glasgow aún se está desarrollando, pero los puntos clave están claros. Primero, el movimiento por la justicia climática y la sociedad civil en su conjunto deben tomar la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero en sus propias manos, manteniendo el foco principal fuera de la lucha institucional.
Además, la no cooperación política y económica, así como la intervención no violenta, en particular la desobediencia civil, son las principales herramientas para lograr los objetivos del Acuerdo de Glasgow.
Por último, la justicia climática debería ser el marco político de acción, incorporando la interdependencia de todas las especies, el racismo estructural, la necesidad de cambiar hacia una economía del cuidado que ponga la vida en el centro, la necesidad de una transición justa, de aprender del conocimiento indígena, la necesidad de reparaciones para las comunidades y pueblos que están en la primera línea del colonialismo, la globalización y la explotación, y el rechazo del capitalismo verde. De esta manera, el acuerdo se toma en serio, como ha dicho Naomi Klein, que “desafiar las fuerzas subyacentes [de la emergencia climática] es una oportunidad para resolver varias crisis entrelazadas a la vez”.
Para implementar el Acuerdo de Glasgow, las organizaciones firmantes se comprometen a producir inventarios nacionales o regionales de los contaminadores del clima, que informarán una “agenda climática” por la justicia climática. Estos inventarios serán especialmente relevantes para el desarrollo de estrategias de acción no violenta para reducir las emisiones.
El Acuerdo de Glasgow no es una declaración más de la sociedad civil sobre el cambio climático. Es un “compromiso de los pueblos por el clima” de tomar medidas decisivas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero de manera colectiva y estratégica. Crea un momento constitucional para el movimiento por la justicia climática, rechazando las declaraciones vacías y asumiendo por completo que la impotencia de las instituciones no puede convertirse en la impotencia de nuestros movimientos.
Estrategia
Las “agendas climáticas” de cada región o nación informarán de las estrategias políticas del movimiento de justicia climática: por un lado, los objetivos de reducción de emisiones y, por otro, estrategias más amplias de transformación de nuestras sociedades, incluida la transición justa. En este sentido, las agendas climáticas serán programas políticos amplios diseñados por el movimiento por la justicia climática que tengan en cuenta la necesidad de un profundo cambio de paradigma, alejándose del capitalismo extractivista, cisheteropatriarcal y colonialista orientado a la obtención de beneficios, y poniendo rumbo/dirigiéndose hacia una economía de cuidado y justicia dentro de los límites ecológicos de nuestro planeta.
En los últimos decenios, los movimientos por la justicia climática y antiextractivistas han reunido una amplia gama de experiencias con la acción no violenta, logrando importantes éxitos, sobre todo contra nuevos proyectos de combustibles fósiles (como el fracking, los oleoductos, las centrales eléctricas y las exploraciones petrolíferas), pero también contra proyectos existentes. Además, nuevos movimientos como Fridays for Future, Extinction Rebellion y Sunrise Movement han surgido recientemente y han ayudado a cambiar el debate sobre el clima, poniendo a los negacionistas del clima en defensiva.
Las campañas de boicot y desinversión han creado presión sobre los bancos, los fondos de pensiones y los grandes inversores para que se desprendan de los combustibles fósiles. Hablar —o al menos hablar de boquilla— de un Green New Deal y de la necesidad de lograr cero emisiones netas para el 2050 es ahora la corriente principal. Mientras tanto, al menos oficialmente, la reconstrucción de la Unión Europea después del covid-19 debería seguir un marco de acción climática, aunque la realidad sea muy diferente. Lo que es más, en el epicentro de la negación climática —los Estados Unidos— la opinión pública ha estado cambiando a favor de la acción climática.
Pese a que la emergencia sanitaria causada por el covid-19 haya dejado en segundo plano la acción climática durante los últimos meses, las movilizaciones de los últimos años son motivos de esperanza. Aun así, la brecha entre la acción de movimiento y lo que se necesita para mantener el cambio climático dentro del crucial límite de 1,5 grados centígrados sigue siendo enorme, y posiblemente se esté ampliando a medida que nos acercamos a una cascada de puntos de inflexión climáticos. El movimiento mundial por la justicia climática necesita un salto cuantitativo y, sobre todo, cualitativo si quiere estar a la altura del desafío.
El Acuerdo de Glasgow no pretende construir un nuevo movimiento unificado, sino más bien unir los movimientos bajo un marco y una narrativa comunes, para aumentar el impacto. También intenta tener en cuenta algunas de las lecciones aprendidas: no centrarse casi exclusivamente en los que están en el poder (nuestros gobiernos e instituciones), sino más bien en nuestro propio poder como ciudadanas y en la necesidad de un renacimiento de la democracia a través del “poder del pueblo”. También se centra claramente en cambiar las relaciones de poder, desplazando el poder de las instituciones, los gobiernos y las empresas multinacionales hacia el pueblo, sin caer en la trampa neoliberal de centrarse en la conciencia y las acciones individuales.
Una piedra angular de la estrategia tendrá que ser la desobediencia civil y otras formas de acción directa no violenta. En ausencia de una acción gubernamental, la desobediencia civil se utilizará para cerrar la infraestructura que contribuye al cambio climático, logrando así directamente la reducción de las emisiones. Para que tenga éxito, será necesario que la desobediencia civil sea sostenida durante largos períodos de tiempo, lo que requerirá una importante organización de base. Para algunas organizaciones, también podría requerir un cambio de la desobediencia más bien simbólica en los centros de las ciudades a la acción directa en la infraestructura, como las que participan en las protestas de fracking y oleoductos o los esfuerzos para cerrar las minas de carbón y las centrales eléctricas.
Las estrategias concretas se elaborarán a nivel nacional o regional, ya que cada contexto tiene sus peculiaridades. Será importante tener en cuenta las experiencias de organización basada en el impulso y, más en general, los estudios sobre la resistencia civil y la no violencia, para evitar los errores. Como señala Erica Chenoweth en un artículo reciente en Journal of Democracy, “los movimientos contemporáneos tienden a apoyarse excesivamente en las manifestaciones masivas y a descuidar otras técnicas —como las huelgas generales y la desobediencia civil en masa— que pueden perturbar más enérgicamente la estabilidad de un régimen. Dado que las manifestaciones y protestas son lo que la mayoría de la gente asocia con la resistencia civil, los que buscan el cambio están lanzando cada vez más este tipo de acciones antes de haber desarrollado un verdadero poder perseverante o una estrategia de transformación”. También advierte sobre una excesiva dependencia de las redes sociales, ya que “los movimientos resultantes están menos equipados para canalizar su número en organizaciones eficaces que puedan planificar, negociar, establecer objetivos compartidos, aprovechar las victorias pasadas y mantener su capacidad para perturbar un régimen”.
La idea del Acuerdo de Glasgow es exactamente esa: construir y coordinar un movimiento de movimientos, establecer metas y objetivos compartidos en diferentes partes del mundo basados en inventarios creados por los movimientos, y construir y sostener la capacidad de desbaratar un régimen global de combustibles fósiles que lleve a la destrucción de nuestro planeta tal como lo conocemos.
Retos
Los retos son enormes. Pero el reto al que se enfrenta la humanidad con el cambio climático es aún mayor y sin precedentes. Sin una acción decisiva ahora, nos enfrentamos a la perspectiva de la destrucción de nuestras civilizaciones tal como las conocemos, sin mencionar el riesgo de extinción de la raza humana. Los desafíos sin precedentes y existenciales requieren respuestas sin precedentes.
Desde que se puso en marcha la iniciativa a principios de 2020, uno de los retos ha sido construir un Acuerdo de Glasgow verdaderamente mundial en tiempos de covid-19, cuando muchas organizaciones y personas tienen otras prioridades aparentemente más existenciales y urgentes. Organizarse se ha vuelto difícil, con confinamientos nacionales, regionales y locales. Si bien muchas reuniones se celebraron telemáticamente en el norte global, ésta era y no es necesariamente una opción para muchos países del sur global, donde el acceso a internet sigue siendo un privilegio. En la actualidad, alrededor de 60 organizaciones de más de 20 países forman parte del proceso de creación del Acuerdo de Glasgow, con notables deficiencias en Asia, la región del Pacífico y América del Norte. Hasta ahora, el proceso del Acuerdo de Glasgow está lejos de ser suficientemente global, y tendrá que crecer para tener éxito.
La creación de los inventarios y las agendas climáticas, así como la identificación de objetivos y narrativas claras en torno a las cuales los movimientos regionales o nacionales puedan unirse, también será un reto. ¿Cómo podemos crear una potente lucha unificada basada en la diversidad de los contextos locales, los problemas y las culturas políticas? ¿Cómo podemos unirnos en la diversidad, pero trabajar con un marco, una narrativa y unos objetivos comunes?
Aún más importante, quizás: ¿Cómo podemos actuar contra los contaminadores del clima difíciles de alcanzar a través de la desobediencia civil? Necesitamos un profundo cambio de paradigma; un cambio de sistema; un cambio de nuestros sistemas de energía, alimentación, producción y consumo; de las estructuras de poder mundiales y nacionales, de la planificación urbana y rural; de los fundamentos económicos y sociales de nuestra sociedad. Necesitamos todo eso y, al mismo tiempo, reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.
¿Cómo ponemos en práctica las perspectivas de la justicia climática y la interseccionalidad a escala mundial? Parece claro que se requiere mucho aprendizaje, ya que nuestros movimientos y nuestras sociedades deben cambiar.
Timeline
El Acuerdo de Glasgow se lanzará entre el 12 y el 16 de noviembre, durante la Cumbre de los Pueblos, que está siendo organizada online por la Coalición COP26 en Glasgow, Escocia. Más allá de este evento global de firma, las reuniones regionales y los eventos de firma más o menos al mismo tiempo serán espacios cruciales para discutir las estrategias regionales y la coordinación sobre cómo implementar el Acuerdo de Glasgow en cada región o país.
Después del lanzamiento oficial, los movimientos regionales por la justicia climática crearán sus inventarios nacionales, que se incorporarán a un inventario mundial, que se espera que sea una herramienta poderosa y que identifique infraestructuras concretas a nivel internacional para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Estos inventarios conducirán luego a agendas climáticas regionales, a la desobediencia civil y a estrategias de acción no violenta para la reducción de las emisiones.
Publicado en inglés en Waging Nonviolence, 7 de octubre de 2020
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