Políticas de miedo en tiempos de COVID-19

Parece que en estos tiempos de crisis sanitaria existe al menos un consenso amplio desde la izquierda radical hasta la extrema derecha: la necesidad de desarrollar una política de miedo como respuesta a la crisis, la de culpar a las personas contagiadas y especialmente la de tachar a les jóvenes de “irresponsables”. ¡Ya basta!

Lo voy a admitir: ¡estoy harte! Harte de mensajes de miedo (“si no os comportáis, os confinaremos otra vez”), harte de consejos absurdos (hacer sexo casual a dos metros de distancia, no abrazarse, no tener contacto estrecho con personas con las que no convives, etc.), harte de mensajes de odio hacia les jóvenes acusándoles de “irresponsables”… Con esto no quiero decir que no me tome en serio la crisis sanitaria y el riesgo de contagio por el virus SARS-CoV-2. Pero parece que desde que estalló la crisis sanitaria mandan sólo los epidemiólogos (en el discurso público casi todos son hombres) y se ha perdido por completo una perspectiva más amplia y holística de la salud humana. Una situación que me ha llevado a una fuerte experiencia de retraumatización durante el confinamiento, que ha tenido un gran impacto sobre mi salud, tanto física como mental.

 

La mascarilla casi siempre’

Estoy harte de medidas y normas absurdas. ¿Qué quieren conseguir al meternos miedo en el cuerpo (en este caso: de sufrir represión) para que llevemos ‘casi siempre’ puesta la mascarilla, incluso en situaciones en las que no hay riesgo de transmisión comunitaria (o sólo de forma residual)? Como dijo Dr. Agoritsa Baka, experta principal en preparación para emergencias del Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades (ECDC, por sus siglas en inglés): “En la salud pública no nos gustan mucho las cosas obligatorias. Queremos persuadir a la gente a hacer algo para cambiar su comportamiento. Se ha demostrado que es una especie de boomerang. Cuando haces algo obligatorio necesitas tener una forma de hacerlo cumplir, de lo contrario es ridiculizado por el público y no es muy efectivo al final.

Iría más allá: las medidas y las normas también deben tener sentido, tienen que poder explicarse bien y entenderse el beneficio que generan, por encima de sus contrapartidas. La represión sóla no va a funcionar. ¿De verdad tiene sentido ponerse la mascarilla al pasear por el campo o por las calles vacías? ¿Tiene sentido ponerse la mascarilla al aire libre aunque se pueda fácilmente guardar la distancia mínima de 1,5m? ¿Tiene sentido ponerse la mascarilla al pasear por la playa? No soy virologue ni epidemiólogue, pero dudo que el beneficio que pueda generar esta norma (la posible reducción de contagios) realmente valga la pena, por el sufrimiento que provoca a tantas personas (yo incluido, pero no me la pongo, ¡punto!). Probablemente esta valoración podría resultar distinta en Lleida o Barcelona u otras zonas donde hay que asumir que ya existe – otra vez – una transmisión comunitaria (por el fallo del sistema de rastreo de contactos). Otra cosa es llevar la mascarilla en el transporte público o en espacios cerrados donde no se puede mantener la distancia. En estos casos es obvio el beneficio, el sufrimiento es limitado, y la norma es fácilmente explicable por el riesgo, de modo que aquí sí vale la pena el sacrificio de ponerse la mascarilla.

Con estas medidas absurdas (acompañadas con amenazas de multas) nuestros gobiernos están montando un espectáculo (para decirnos que están haciendo algo, que están muy preocupados…), principalmente para culpar el comportamiento de la ciudadanía y ocultar su irresponsabilidad por no tomar las medidas adecuadas para asegurarse un rastreo eficaz de los contactos de las personas infectadas, o por no tomar medidas para garantizar unas condiciones de trabajo y vivienda dignas para les trabajadores temporales en la agricultura, por poner un par de ejemplos significativos.

 

Consejos y recomendaciones absurdas

Lo mismo con las recomendaciones oficiales y los consejos en los medios de comunicación. Por ejemplo, la Orden de la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía del 14 de julio, además de hacer a la mascarilla obligatoria ‘casi siempre’, recomienda ponérsela también en encuentros privados (familiares u otros). ¿En serio? Me parece ridículo y muy lejos de la realidad aconsejar ponerse la mascarilla cuando visito a une amigue en su casa, o no abrazarse, o no alojarse con amistades, o no ligar (o hacerlo a 2m de distancias, como recomendó un artículo en eldiario.es).

Creo que tenemos que asumir que el riesgo cero no existe en la vida, y tampoco en la crisis sanitaria. Y como esto va para largo (¿un año más? ¿dos años?) tenemos que equilibrar el riesgo con otras necesidades humanas: de afecto, de contacto e intimidad (incluso física), de divertirse, de vivir. No podemos parar nuestras vidas durante un año o más (y mucho menos les jóvenes, en una fase importante de su vida que requiere el contacto con otres jóvenes). Las investigaciones sobre la traumatización generalizada causada por la crisis sanitaria ya muestran el impacto preocupante que ya ha tenido la crisis sanitaria en la población general, y especialmente entre les jóvenes. Me parece poco realista recomendar no encontrarse con amistades o familiares, o hacerlo sin abrazarse o manteniendo la distancia y con mascarilla. Quizá sea más fácil para personas que viven en una familia heteronormativa, pero muches de nosotres vivimos otras vidas, y necesitamos de afecto no virtual, necesitamos abrazos, necesitamos intimidad. ¿Este supone exponernos a un riesgo? Sí, es cierto, pero no hay vida sin riesgo. Cada persona debería tener la capacidad de hacer su propia valoración de sus necesidades y de qué riesgo está dispuesta a asumir. Y si no: sería más adecuado desarrollar programas educativos y campañas de concienciación para capacitarnos a tomar nuestras propias decisiones, y no amenazarnos con multas y nuevos confinamientos. Como no podemos evitar cierto riesgo, hace falta un sistema de rastreo de contactos eficaz, hacen falta pruebas PCR, hace falta un sistema de salud pública potente.

 

Culpar a les jóvenes ‘irresponsables’

En las últimas semanas casi cada día se publican artículos echando la culpa a les jóvenes, a su ocio nocturno o sus botellones. Lo primero: no es la fuente más importante de los rebrotes (son los encuentros familiares). No quiero defender una cultura de ocio basada en el consumo y el alcohol (aunque reconozco que también me gusta tomarme unas copas de vino con amistades), pero dudo de que esta cultura la vayamos a cambiar a corto plazo. Les jóvenes necesitan estos encuentros entre iguales, necesitan el afecto y la intimidad con otres jóvenes en vez de con su familia (y no me estoy refiriendo sólo a jóvenes queer o trans en familias queer/transfobas, o jóvenes con familias autoritarias o abusivas, que no les entienden). ¿Os habéis olvidado de vuestra juventud? Prohibir los botellones en los espacios públicos no va a hacer nada más que trasladarlos a otros espacios más ocultos, todavía menos controlables, ya que muches jóvenes no pueden permitirse económicamente sentarse en una terraza ni tienen ganas de hacerlo.

Una manera más realista sería asumir las necesidades de les jóvenes y, otra vez, capacitarles en la toma de decisiones conscientes y responsables para que equilibren el riesgo con sus necesidades y deseos. Cuando tienes 18, 19 o 20 años, perder un año (o dos) de tu juventud parece una eternidad, parece inasumible (y ya han perdido tres meses de su juventud). Por esto, una política de culpa y represión no va a funcionar, y muy probablemente va a dejar a muches jóvenes todavía más traumatizades y contagiades.

 

Gestionar el riesgo con una política de salud pública potente

La vida supone riesgo – siempre-. Al salir de casa me podría atropellar un coche. Al no asumir este riesgo y quedarme en casa podría morirme por un incendio en la casa, u otro accidente. Estos riesgos son reales, y los asumimos, los gestionamos.

No asumir riesgos durante la crisis sanitaria no es una postura realista, porque ignora por completo que no podemos aparcar nuestras otras necesidades por un tiempo indefinido. No sirven, entonces, normas y recomendaciones que, al cumplirlas, requieren ignorar a estas otras necesidades. Muches vamos a incumplir estas normas y recomendaciones, y muches posiblemente se van a sentir culpables o avergonzades (yo admito que no me siento ni culpable ni irresponsable), que tampoco es sano al largo plazo.

Necesitamos urgentemente una política de salud que nos vea y nos trate como seres humanos, reconociendo que tenemos multitud de necesidades (no sólo la necesidad de protección, aunque sea importante), necesitamos una política de salud pública que no esté dominada casi exclusivamente por epidemiólogos, sino con una perspectiva de salud más amplia, que incluya la salud mental.

Necesitamos campañas de educación que nos capaciten para poder asumir nuestra responsabilidad sin dejar de vivir. Necesitamos fortalecer el sistema de salud público, la asistencia primaria y el rastreo de contactos para gestionar el riesgo (que siempre hay) y controlar los rebrotes (que son inevitables) para evitar una transmisión comunitaria. Una política de miedo y culpa no nos sirve. Y estoy harte. ¡Ya basta!

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