La dictadura de lo normal

Te cagan, tu mamá y papá.
Quizás no tengan la intención, pero lo hacen.
Te llenan con los defectos que tenían
Y agregan algo extra, sólo para ti.

Philip Larkin

 

Ayer leí la última parte del capitulo cinco del libro de Pete Walker, sobre la negligencia emocional como herida central en el TEPT complejo, y tuve que llorar otra vez. Ya por la mañana tuve más ansiedad, y no tengo ni idea por que. No obstante, conseguí trabajar un poco por la mañana. Luego me tomé el libro de Pete Walker, y lloré. Tuve que cancelar mi asistencia a una llamada y fui al río, para sentarme a su lado y tranquilizarme. Me quedé un buen rato al lado del río, y volví a casa. Poco a poco el dolor se convirtió en rabia y odio hacia mis padres.

No supe que hacer con esta rabia. Pensé en escribir un post para mi blog en forma de una carta a mis padres – o a toda mi familia disfuncional – pero al final lo dejé. Realmente, ya no quiero decirles nada, ni a mis padres (he hecho varios intentos en mi vida, sin resultados), ni a mi hermano o mi hermana. No tengo contacto con elles, ni pienso en retomar el contacto.

Pensé en mi vida durante mi infancia y adolescencia. La dictadura de lo normal. No hubo valores, no hubo una ética. Lo único que importaba era ‘¿Qué van a pensar los vecinos?’. Me interesaba una mierda que pensaban los vecinos de mi.

Me recuerdo de mi intento de negarme a la confirmación luterana (con dos años de preparación). No tenía ningún interés en esta confirmación, mucho menos en dos años de preparación, con una tarde cada semana de clases de una religión que a mi me parecía estúpida. Dos años de al menos cada dos semanas ir a la misa el domingo. Nunca antes había ido a la misa, y mis padres tampoco irían a la misa nunca (ni en noche buena), como en verdad tampoco eran creyentes. ¿Para que perder el tiempo y prepararme para la confirmación, cuando todo era mentira para mi? Las únicas respuestas de mis padres eran este ‘¿Qué van a pensar los vecinos?’, y ‘Piensa en todo el dinero que vas a recibir como regalos’. Y amenazas. No me recuerdo con que me amenazaron, pero tanto los vecinos como el dinero me daban igual, o no eran suficiente para ‘convencerme’.

La negligencia emocional fue una realidad de mi vida, de los primeros 20 años de mi vida. También había algo de violencia arbitraria, sobre todo por parte de mi madre, y las invasiones en mi espacio intimo (mi madre abriendo la cortina de la ducha y mirándome, pero también tanto mi madre como mi padre entrando en mi habitación sin ningún aviso previo). No sé si más allá había abuso sexual, y ya no me importa. Nunca lo voy a saber, y realmente esta negligencia emocional ya es más que suficiente. Fue altamente traumatizante.

Y como dice Philip Larkin, quizás no tenían la intención, quizás hasta me amaron, pero no fueron capaces de verme, de ver a mi como el niño que era, con sus emociones y necesidades. Quisieron un niño normal, cumpliendo sus ideas de un buen niño. No lo era. Y no me vieron como era.

Luego, el problema era yo. ‘Cuando nació mi hermana, empezaron mis problemas’, me dijo mi padre. Lo siento, un niño de 1½ años no tiene problemas – tiene necesidades. Los problemas eran vuestros – vuestra incapacidad de atender a mis emociones y necesidades. Vuestros problemas aumentaron, fueron cada vez peor (y tú, mamá, me pegaste por que estuviste desbordada), y con esto añadisteis más y más capas a mi trauma complejo.

La compensación: dinero. Pero con mucha letra pequeña.

Ya no me interesa vuestro amor de mierda, ni vuestro dinero. Os odio. Os quiero lejos, y a veces os me imagino muertos, y siento alivio. Prefiero no veros nunca más, ni vivos, ni muertos. No iré a vuestro entierro. No me interesa nada, y mucho menos quiero escuchar a toda la gente hablando sobre vosotros como ‘buenas personas’. Temo el impulso de escupir en vuestro ataúd. Temo el impulso de mi rabia y odio. Entonces no iré. Por mi parte, todavía no puedo perdonaros. Sois una mierda, y os odio.

Me he construido otra vida – mi vida – lejos de lo normal. Lo último que quiero ser en mi vida es ‘normal’, y tampoco sé que sería ‘ser normal’. Tengo mi vida, tengo mis amistades, y he aprendido, no obstante vuestra mierda, confiar en mis amigues, construir amistades intimas. He aprendido amar, fuera de lo heteronormativo. Me he construido una identidad genderqueer, fuera de ‘lo normal’, fuera de la masculinidad hegemónica (o de otras masculinidades).

Me he construido una vida dedicada a la justicia; la justicia social, la justicia climática, la justicia global, un mundo sin violencia y sin género. Sin capitalismo, y sin ‘lo normal’. Mi vida es la resistencia vivida a la dictadura de lo normal.

Etiqueta(s):